Víctimas: los tres pasos siguientes
El día de solidaridad con las víctimas planteó una pregunta obligada: ¿qué sigue?
Se dieron ya los primeros pasos. Las víctimas que durante tanto tiempo permanecieron en la penumbra, mientras los reflectores mediáticos enfocaban a los victimarios, son cada día más visibles. Tienen mayor reconocimiento. Los colombianos son más solidarios con ellas, quieren conocer a fondo su tragedia, reparar los daños que sufrieron, hacerles justicia, apoyarlas en su tránsito de víctimas a sobrevivientes. Hay afán por recuperar el tiempo perdido y reacomodarlas en el lugar que les corresponde dentro de la sociedad.
Además, comienza a aplicarse la Ley de Víctimas, en medio de un deseo unánime de acertar. Es el momento de pensar bien cuáles son los pasos siguientes en este largo camino de sanación nacional, pues el proceso de recuperación no es fácil ni corto. Demorará probablemente más de una generación, lo cual no es nada extraño pues más de una ha crecido en medio de la violencia que se volvió endémica.
Por lo pronto, hay tres pasos indispensables para enrumbar acertadamente el futuro: la desideologización, la presencia de las víctimas en los procesos de paz y su colaboración como gestoras de paz.
Sería un gravísimo error ideologizar el tema, para usar a las víctimas como batallones de lucha política. Ya pusieron su alta cuota de dolor y sería absurdo que resultaran victimizadas, por segunda vez, al usar su sufrimiento como combustible de empresas sectarias, convertirlas en fuerzas de choque y transformar sus padecimientos en odio que envenene la vida en común.
Un segundo paso es la participación en eventuales procesos de paz. Hasta ahora las conversaciones se han adelantando en mesas de tres patas: Gobierno, victimarios y lo que dio en llamarse sociedad civil. ¿Y las víctimas? Ellas son la parte más débil de la cadena de violencia, piezas fundamentales en la curación de los traumas, individuales y colectivos, actoras insustituibles de la reconciliación y las únicas con derecho a perdonar. Son la cuarta pata de la mesa.
Las víctimas deben ser gestoras de paz. Hasta ahora se emplearon victimarios para desempeñar esa tarea, cuyos efectos están por evaluarse. ¿Por qué no apelar a las víctimas? Nadie mejor que ellas como instrumentos eficaces para enseñar la ley en sus comunidades, ser veedoras de su aplicación, y hacer la pedagogía de la paz entre los principales damnificados por la violencia.
Si un victimario puede ser gestor de paz ¿por qué no puede serlo su víctima? Ahí tiene el país un inmenso potencial, desperdiciado porque no lo ve en medio de la polvareda levantada por los intentos de ideologizar el tema, ignorar los derechos de la víctima, convertir su dolor en resentimiento, pensar que la paz se logra hablando solo con los victimarios y desconceptuar a los que padecieron sus desmanes.
En cambio de tenerles miedo a los que sufren, emplearlos como gestores de paz ayudaría a sublimar su dolor. Le ratificaría al país que las víctimas son más importantes que los victimarios y que la paz es más viable con la colaboración de todos e imposible, absolutamente imposible, sin la presencia activa de las víctimas.