La justicia en la urna de cristal
Como la justicia es una de las necesidades más sentidas por los colombianos, desde que se anunció su reforma los cuarenta y seis millones estuvieron pendientes del contenido y siguieron su trámite hasta en los menores detalles. Ahora sí, pensaron, ahora sí tendremos justicia. Pronta y cumplida. Imparcial y efectiva como la presentan las esculturas: firmeza de mármol, rostro severo, venda en los ojos, espada empuñada con mano firme y una balanza bien equilibrada.
El país observó su tránsito desde que el Gobierno depositó el proyecto en la urna de cristal donde quiere que se observen todos sus actos. Las reacciones iniciales son frustrantes. El “ahora sí” esperanzador se convirtió en un “tampoco ahora”, gritado por una sociedad que no apartó los ojos de la urna durante estos largos meses de perspectivas alentadoras, desencantos, nuevas ilusiones y un articulado final que decepcionó a todo el mundo.
La urna de cristal sirvió, en este caso, para que cada colombiano pudiera conocer hasta el mínimo incidente de las discusiones y valorar la participación de los actores y los altibajos del contenido. Es un interés lógico porque, en un país acosado por la violencia, la justicia es el único disuasivo capaz de evitar que los particulares decidan tomarla por propia mano.
Y esa justicia no sólo necesita ser eficaz sino parecerlo. En temas que tocan las bases mismas de la convivencia social, no basta la bondad de las instituciones y sus normas, es indispensable que su imagen corresponda a la necesidad pública de confiar en que las leyes se cumplen y el sistema garantiza que le dará a cada uno lo suyo. Por eso la Justicia se representa como una estatua hierática y no como una bailarina alborotada.
Infortunadamente, el texto final de la reforma es una colección de disposiciones respecto a las cuales cada participante se apresura a tomar distancia. Los tribunales lanzan críticas inusitadamente fuertes. El Gobierno intenta poner salvedades que no la anulen pero que tampoco lo comprometan con artículos indeseables. La opinión rechaza el nuevo régimen de sanciones a los congresistas. Los abogados protestan y los jueces también, mientras el ciudadano común y corriente se pregunta cómo se formó ese alud de rechazos unánimes.
¿Qué pasó en la urna de cristal?
Cada colombiano necesita saber que sus leyes no son letra muerta y que su sistema judicial las aplica con equidad y valor. ¿Las reformas aprobadas le aseguran que así será? No es la imagen que proyecta el texto, lo cual enardece a una opinión pública sensibilizada por un brote de casos puntuales que cada quien mira como propios. En la urna están las decisiones sobre Sigifredo López, la muerte del joven Colmenares y la batalla entre los abogados penalistas que intervienen en el juicio, el crimen de Rosa Elvira Cely, la violencia familiar, las agresiones a las mujeres, el asesinato de un joven profesional para robarle el celular y hasta la prueba de alcoholemia de un infortunado senador, un episodio que la gente aún no sabe si calificar como ridículo o como un delito mayor imperdonable.
¿Cómo quedan con la reforma? ¿Cómo quedan los centenares de miles de procesos estancados?
Estas son las preguntas del país, que sigue con la vista fija en la urna de cristal donde quedó maltrecha la justicia.