Diego Arango* | El Nuevo Siglo
Jueves, 7 de Enero de 2016

EL DIARIO VIVIR

La grandeza del ser humano

“Ella consiste en vivir sin rabias ni dolor”

 

Mi padre siempre me enseñó con sus palabras y actitudes qué es la grandeza del ser humano y lo que más grabado me quedó fue esto: en la pelea busca siempre derrotar al enemigo, pero nunca lo odies, solo véncelo y una vez hayas puesto el orden, recógelo, puede ser un formidable aliado en el futuro o tiéndele la mano de nuevo con nobleza, pues el aprenderá de su derrota, así no te volverá a atacar. En el transcurso de mi vida he comprendido la sabiduría de este consejo. Siempre me decía que él diariamente se encomendaba a los enemigos y malquerientes, porque ellos le permitían mantenerse  alerta a superarse, mientras que muchas veces el amigo lo adulaba y le permitía caer en el error.

 

Bueno, en el fondo me decía aprende a amar al que no te quiere, porque mientras el sufre, tu alma está tranquila y segura porque está libre del dolor. Es cierto eso, porque la grandeza de una persona reside en saber comprender a los demás, entender sus razones, motivos, forma de ser y pensar. Hay que amar y pedir por aquel que no te quiere o te ha hecho daño, así tengas mil motivos para odiarlo, pero negarte a hacerlo, más bien compadecerlo, es signo de grandeza de alma. Nuestro Señor Jesucristo colgado de la cruz, sangrante y agonizante le pidió al padre "perdónalos porque no saben lo que hacen". El rostro de Gandhi cuando recibió los impactos que lo mataron, resplandeció y su mirada reflejó amor, aun cuando sabía que perdía la vida. El Santo Papa Juan Pablo II pidió en un gesto de grandeza visitar al criminal Ali Agca que lo quiso matar y lo perdonó.

 

La grandeza consiste en vivir sin rabias o dolor, ni mezquindades, ni celos, sin vanidad ni vanagloria, esas son pasiones bajas que no permiten la paz interior. Tener alma grande es una virtud, no para el orgullo sino para acercarse más a Dios, pues en la humildad está el sagrado poder del espíritu que transmite la magnanimidad del ser humano. Lo contrario es la debilidad de la soberbia, la trampa de la prepotencia, aquella que no le permite a la persona su autocontrol, pues se deja llevar de la apariencia, de las apreciaciones ajenas que alteran su juicio y razonamiento, como de la gran debilidad de su carácter. La grandeza de una persona se mide por todo aquello que dé con humildad. Eclesiástico 3:17 y 18 dice lo siguiente: hijo mío, realiza tus obras con modestia y serás amado por los que agradan a Dios. Cuanto más grande seas, más humilde debes ser, y así obtendrás el favor del señor. 

 

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*Presidente Canal Teleamiga Internacional.