En todo proceso de negociación de un conflicto armado está contemplado que haya disidencias, pero eso no significa que toda violencia posfirma se explique en función de las disidencias.
En ese sentido, se pueden identificar desde ya varias tendencias que desvirtúan la falacia promovida por el Gobierno colombiano para hacer pensar que “hay una guerra menos el mundo” y que ya se llegó al “fin del conflicto”.
Aparte de las numerosas agrupaciones armadas que persisten y aspirarán también a una negociación cada vez más privilegiada, como el Eln o las Bacrim, el fenómeno que se desprende de la negociación con las Farc ya es y será cada vez más inquietante.
Primero, aparecen las agrupaciones ‘disidentes’, propiamente dichas. El asunto es tan escandaloso que -con mucho dolor- el Secretariado no ha tenido más remedio que formalizar la separación de tales estructuras.
Centenares de combatientes en Nariño y el extenso arco orinoco-amazónico han conformado ya poderosas brigadas que, bajo la misma lógica fariana de siempre, seguirán beneficiándose de la multiplicación de los cultivos y otros recursos valiosos.
Como era de esperarse, tanto el Gobierno como las Farc las despojarán de todo fundamento ideológico y político, pero ellas, como herederas genuinas, se esforzarán por abanderar un nuevo proceso revolucionario, justamente porque nadie podrá negarles su condición de grupo armado organizado, aquel que entre más letalidad demuestre, mejor trato político recibirá por parte de la Casa de Nariño.
Segundo, después del 31 de diciembre y, sobre todo, ya con la amnistía en el bolsillo, habrá agrupaciones ‘reubicadas’ que serán transferidas al Eln como aliado estratégico de las Farc en el llamado postconflicto.
En esa división del trabajo, también se transferirán recursos, materiales, responsabilidades y controles territoriales. Se trata de un proceso que ya habría comenzado pero que, gradualmente, incrementará las capacidades violentas con las que ese grupo fortalecerá su posición negociadora en Quito.
Y, por último, es previsible que surjan núcleos de ‘reciclados’, es decir, aquellas estructuras de las Farc que, con la bendición de la dirigencia, ejercerán el papel de brazos armados para mantener (a la usanza de todo extremismo leninista) una fortaleza con la que coaccionar y ejercer control y movilización social para catalizar el acceso al poder mediante fórmulas “de transición” por coalición.
En resumen, todo un aparato de metaviolencia en virtud del cual florecerá la intimidación, la revictimización y la coerción sin las cuales el cogobierno exprés al que aspiran las Farc no tendría sentido, ni garantías, ni esperanza alguna.