Dos personajes colombianos, el uno paisa, el otro caleño, ambos titanes emprendedores por naturaleza, millonarios, brillantes, austeros, “verracos” en todo el sentido de la palabra, tienen que ser dignos de permanente recordación y ejemplo para las futuras generaciones. José María Sierra, “don Pepe Sierra”, nacido en 1843 en Girardota y muerto en 1921, no alcanzó a conocer a don Manuel Carvajal Sinisterra, quien murió muy joven, a los 55 años, justo antes de la celebración de los Juegos Panamericanos de Cali, en 1971, en cuya organización contribuyó en grado sumo.
Don Manuel se fue a estudiar bachillerato al Colegio Saint Jean Baptiste de Bruselas, pero fue llamado por su padre antes de terminar, para ayudar a enfrentar una época de “vacas flacas” en la actividad empresarial naciente del grupo Carvajal. Don Pepe, en cambio, labriego en toda la extensión de la palabra, cultivador de caña, fundador de trapiches paneleros, azucareros y aguardienteros, jugador de gallos, nunca tuvo épocas de “vacas flacas”, pues hasta sus lotes fueron de “engorde”, sobre todo en la Sabana de Bogotá, y por allí quedó grabado su nombre en la Avenida Pepe Sierra, calle 116. Fundó ferrocarriles, bancos, firmas de finca raíz, etc.
El paisa se dio el lujo de casar a su hija, Clara, con un hijo del presidente Rafael Reyes, y con frecuencia dejaba la batatilla de sus botines regada sobre las alfombras del Palacio de San Carlos, donde se dedicaba a hacer “lobby” empresarial; su educación a duras penas le permitía leer, escribir y practicar operaciones aritméticas, garabateando en libretas de apuntes. Alguna vez redactó una minuta de compraventa de un predio, lo llevó a la Notaría y el secretario le corrigió, de entrada: “Don Pepe, Hacienda se escribe con H”, ante lo cual el hombre replicó: “Mire, joven, yo tengo 70 haciendas sin h, no sé cuántas tenga usted con h”; y cuentan que Apolinar, su hermano, le administraba unas haciendas en el Valle del Cauca y que un día Pepe se fue a darles vuelta a caballo, y luego se fijó en un lote vecino y preguntó: “Oíste, ¿será que venden esta finca tan bonita?”, y le respondió: “Pues cómo la van a vender, Pepe, si esa finca es tuya”.
Don Manuel fue autodidacta, lector incansable y se dio el lujo de ser considerado algo así como “maestro” por el mismísimo gurú de la Administración, Peter Drucker, con quien sostuvo una larga amistad y quien, decía, aprendió de Manuel muchas cosas, su visión de negocios, su estrategia, carácter, su gestión de amplio espectro social. Estuvo presente en la creación de Cartón de Colombia, Editorial Norma, Publicar, Fedesarrollo, la FES, la CVC, oleoductos, hidroeléctricas, etc. Gran conservador, Ospina Pérez le había ofrecido el Ministerio de Comercio e Industrias, que denegó, pero sí le aceptó dos ministerios a Laureano Gómez: Minas y Petróleos y de Fomento y al renunciar a este último el propio Laureano, lamentando el hecho, le escribió: “En su paso por este ministerio usted demostró dotes excepcionales de pulcritud, inteligencia y pericia”.
Post-it. Al final, a don Pepe también le encontraron su talante conservador, al descubrir sus biógrafos que en la primera página de su libreta de cuentas estampó el lema de Rafael Núñez, "Regeneración o catástrofe", de la época en que el mandatario ya era “godo”.