Como 550 palabras que forman una columna de opinión resultan ser exiguo adobe para describir a un par de titanes del emprendimiento como José María Sierra (don “Pepe” Sierra) y don Manuel Carvajal Sinisterra, heme acá esparciendo más tinta para tratar de rellenar la pilastra inconclusa (y en ella descansar del “cambio”).
Don Manuel, líder de su conglomerado no terminó, por razones expuestas, el bachillerato en Bruselas y menos fue a la universidad a estudiar, pero en cambio sí fue a dictar cátedra, con autoridad, y debió ser galardonado con títulos honoríficos habilitantes para deleitar alumnos de diversas materias, inclusive en maestrías. Se había dado el lujo de ser considerado algo así como “maestro” por el mismísimo gurú de la Administración, Peter Drucker, quien prendía velas al caleño autodidacta, el mismo que sin cartón de bachiller se lució como ministro de Minas y Petróleos (para vergüenza de la actual) y de Fomento en tiempos telúricos de Laureano Gómez y como miembro de las más importantes juntas directivas del país.
Tal era su talante. Hombre serio, dejó cinco hijos ejemplares, la mayor de ellas, María Eugenia, se unió en matrimonio con otro caleño virtuoso, médico, también entregado al compromiso social a través de la Fundación Carvajal, después de haber prestado servicio “comunitario” como alcalde en dos períodos. ¡Cómo añoran los caleños a Rodrigo Guerrero Velasco! (alcaldía ahora en manos vergonzantes). Don Manuel se enfrascó siempre en el tema social, manteniendo un excelente clima laboral con un recurso humano eternamente agradecido. No se perdía feria internacional: al regreso de cada viaje llegaba con máquinas de impresión, offset, formas continuas, calculadoras Facit, máquinas de escribir Underwood. Creó Publicar, Editorial Norma, trajo el Hotel Intercontinental, ayudó a construir el aeropuerto Palmaseca… sólo le faltó tiempo para hacerlo todo, y bien.
Don “Pepe” Sierra tenía más plata que un cura con dos parroquias. De mal genio, cobró fama de personaje “amarrete” y luego empezaron a meterle condimentos a la leyenda, como que en cada hacienda suya que visitaba “ladraba de noche para ahorrarse el perro”, y como que la otra vez, estando en Yarumal, madrugó a cazar en los montes circunvecinos con un gran amigo suyo de nombre Gabriel (dicen que era pariente lejano mío, puesto en similar situación de austeridad) y “por no gastar balas, se trajeron a los tigres y a los conejos manos arriba”.
Don Pepe tenía su parecido físico con el “Canciller de Hierro” de Alemania, Otto Von Bismarck, pero mientras éste usaba riguroso casco prusiano, nuestro campesino siempre apuntaba con sombreros elegantes y oscuros, más de tipo aguadeño. Como era, entre otras muchas cosas, productor de aguardiente, se las ingeniaba para motivar a los alcaldes municipales para decretar fiestas y así poder vender su elíxir; gran comprador, dotado de excepcionales dotes histriónicas, empezaba por decirle a su futuro vendedor de tierras: “¿Cuánto pedís por ese berriadero?” y después lo enredaba, le pedía rebaja y se quedaba con el predio. Trabajador incansable, desde los catorce años araba sus propias parcelas, sobre todo en noches de luna llena...
Post-it. Estaba en mora de hacerle un homenaje a Katie James, hermosa y exquisita cantante colombiana nacida en Irlanda, radicada en nuestras breñas tolimenses hace años. Hace poco cerró con broche de oro un festival de música colombiana en Ibagué. ¡Eres grandiosa, Katie!