Un franco, abierto, sincero, humilde y generoso diálogo de dos o tres días, habría sido suficiente para que un presidente y su país, encontraran el extraviado rumbo para responder a los anhelos de una sociedad que espera soluciones a tragedias, desesperanzas, frustraciones y una paz que, tras tres años, sigue a la deriva por falta de decisiones de Duque y su resquebrajado partido que lo llevó al poder.
Solo se requería exponer con honradez y nobleza cada uno de los desaciertos y problemas que la ciudadanía debe soportar de un gobierno que solo mira y escucha a su movimiento político, conformado por un puñado de militantes que se oponen a la restitución de tierras, que fundamenta su lucha, atropellando los derechos de los trabajadores, de los pensionados, de los estudiantes, y de quienes buscan la equidad económica y la eliminación de la corrupción.
Una brizna de comprensión atenuaría la arrogancia del gobernante y de sus seguidores. Así se podría mostrar la cara de un Duque generoso, que con humildad y llaneza pusiera los ojos sobre sus compatriotas y los escuchara. Un Duque que prestara oídos, que atendiera, que analizara, que comprendiera las penurias de un pueblo que viene soportando con paciencia todo lo que le imponen quienes tienen desde las alturas económicas, políticas y sociales las riendas de esta nación. Estos principios los practicaron el alcalde de Tunja y otros mandatarios locales, que obtuvieron marchas en paz y armonía.
Más de 2.500.000 colombianos marcharon a los largo del país y de muchas ciudades del exterior. Nunca antes había salido tanta gente a manifestarse.
Cuánto nos hubiéramos ahorrado, si el presidente escuchara. Ni Dilan muerto, ni policías hospitalizados, ni saqueos, ni vandalismo, ni más rencores -remember Uriel Gutiérrez en los cincuentas-.
Duque prefirió reunirse con alcaldes y gobernadores electos, con gremios, con ganaderos, antes de hacerlo con los líderes del paro. A última hora los llamó, pero como suele suceder, solo hubo el intento de una “conversación”. No hubo diálogo ni promesa alguna para remediar la situación. Se prefirió “disparar” a dialogar. El presidente se niega a replantear su gobierno. A abrir las puertas a otros partidos y movimientos. A olvidar la hegemonía que ha implantado. Por él votaron diez millones de colombianos, pero casi igual número, entre los cuales se encontraba el “ciudadano Londoño Hoyos”, no lo hicieron.
Duque debe jubilar a su mentor. Ya han sido suficientes su intromisión y sus “tuiterazos” que solo incendian y entorpecen la gobernabilidad. El personaje haría bien en retirarse, ausentarse. ¡Ya es hora! Lo propio debe hacer Petro. Así dejan a Colombia libre y en Paz. Y a Duque gobernando.
Es hora de escuchar a este sufrido y frustrado pueblo. No más engaños y supuestas conversaciones.
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