EDUARDO VARGAS MONTENEGRO | El Nuevo Siglo
Domingo, 17 de Junio de 2012

Modular la impermanencia

La vida puede cambiar en un momento. Basta un segundo para que se forme un huracán sobre el Atlántico, otro para que una persona cambie su rumbo. Vivimos en la impermanencia, en un cambio constante de las situaciones de cada día y por más que nos esforcemos en que permanezca el estado de las cosas, éste necesariamente termina transformándose. Si bien hay eventos que están fuera de nuestro rango de injerencia -como los fenómenos meteorológicos, el estado de ánimo de otras personas, así como sus decisiones y sus vidas-, hay otras situaciones que sí estamos en posición de modular. 

No uso la palabra controlar de manera deliberada. En esta sociedad, que nos ha enseñado y nos exige control a cada instante, éste termina siendo una ilusión, pues entre más necesidad tenemos de controlar menor es el control real sobre las situaciones. Ninguna persona puede controlar que su pareja le siga amando; nadie logra controlar que un familiar desarrolle un adicción; finalmente, y como lo vemos hoy día, no es posible controlar totalmente el comportamiento de los mercados financieros; lo que está por caerse, más tarde o más temprano se termina cayendo. Modular me parece más consecuente con lo que ocurre en la vida cotidiana: modificar los factores que intervienen en un proceso para obtener distintos resultados, dice el Diccionario de la Real Academia. Lo que podemos modular es nuestra propia vida.

Modular no es sencillo, pues implica estar plenamente presente en la propia vida para identificar los diferentes factores que inciden a cada instante. Por ejemplo, la mayoría de las personas tenemos algún grado de consciencia sobre manejar con tragos encima; sin embargo, en cuestión de instantes nos podemos dejar arrastrar por la euforia, beber y luego tomar un volante. En un momento se nos embolató la plena presencia, no damos cuenta de nosotros mismos y perdemos nuestro propio poder, la capacidad para mantener firmemente nuestra voluntad.  Se nos extravió el foco y cuando eso ocurre se pueden desencadenar muchas eventualidades que, aunque previsibles, no queremos imaginar: un comparendo, un incidente menor o incluso un accidente grave.

Sí, la vida toma tan solo un segundo para cambiar; si estamos conectados con nosotros mismos, podemos modular lo que esté a nuestro alcance. Ante una pérdida podemos activar nuestras potencialidades; en un duelo, reconocer que con todo y dolor seguimos vivos; en un triunfo, recordar que no somos más que nadie; en un instante de debilidad, reconectarnos con nuestra fuerza interior; en un momento de crisis, reconocer que hay algo más grande que nuestra propia vida. Cada instante de desconexión es una oportunidad para avanzar en la plena consciencia, para aprender a modular desde el amor.