EDUARDO VARGAS MONTENEGRO | El Nuevo Siglo
Domingo, 24 de Junio de 2012

Saber esperar

 

Es posible medir la vida de hito en hito, y cada quien establece los suyos propios.   Hay algunos que nos pueden ser comunes, como estudiar, tener el primer empleo, vivir solos o viajar; y hay otros hitos más específicos, muy personales.

Lo cierto es que el logro de esas metas volantes de la vida no ocurre para todos en el mismo momento, aunque la sociedad presione para que así sea. ¡Ya tienes 25 años, y no te has graduado! ¡Pasas de los 30, y no vives en tu propio espacio! ¡Estás bordeando los 40, y no te has casado! No es obligatorio cumplir con las normas sociales, pues cada quien tiene sus ritmos, y lo que es bueno para algunos no lo es necesariamente para todos.

Cuando dejamos que las presiones externas manejen nuestras vidas, podemos sentir que no estamos haciendo bien la tarea, que hay algo inadecuado y que es momento para acelerar.  Hay un principio gestáltico, que si todos lo supiésemos, la vida sería más fluida: “yo no nací para cumplir tus expectativas, y tú tampoco naciste para cumplir las mías”. Por cumplir con las expectativas ajenas nos podemos llegar a traicionar a nosotros mismos, y ese es un pésimo juego que muchas personas practican en aras de aceptación, valoración y amor. 

Resulta que todo tiene su tiempo, como sabiamente nos lo dice el libro del Eclesiastés en su capítulo tercero. Al no reconocer los tiempos, generamos ansiedades inútiles y corremos el riesgo de estrellarnos. Es preciso saber esperar.  No se trata de una espera en parálisis, sino de una espera activa, en la que podamos fluir, que no es otra cosa que actuar desde el amor y la conexión interior. Por ejemplo, una joven que se está graduando de bachillerato quiere estudiar Derecho, pero no pasa ningún examen de admisión; lo más probable es que no haya cumplido con las expectativas de sus padres y habrá frustración para todos. Pero si no pasó en ninguna de las tres o cuatro universidades a las que se presentó, seguramente es porque no era el momento, porque requiere antes hacer otros aprendizajes vitales.

Lo que pasa es que con bastante frecuencia eso no se entiende, y se ve la no entrada inmediata a la universidad como un fracaso, cuando -si se mira con atención- no lo es.

Es posible que la muchacha no esté suficientemente lista para el reto universitario y esperar unos meses le pueda servir para prepararse mejor. Esto mismo puede ocurrir con un matrimonio acelerado o con la compra de un vehículo. Lo que se fuerza, finalmente no funciona. Por eso es bueno aprender a reconocer los momentos oportunos, porque cada quien tiene los suyos.