EDUARDO VARGAS MONTENEGRO | El Nuevo Siglo
Domingo, 2 de Octubre de 2011

Familias y familias

 


HAY  familias en las que se honra a padre y madre, y otras en las que no. En todas las tradiciones sagradas de sabiduría se plantea la honra a los ancestros y al linaje como un aprendizaje fundamental en la experiencia humana. En la tradición cristiana en la que estamos, ese planteamiento se esboza en el cuarto mandamiento.
Como todo en la vida tiene un sentido, la honra a los padres -o a quienes funjan como ellos- nos permite darle orden y armonía al amor: primero están los padres, luego los hijos y luego los hijos de los hijos, cada uno con el lugar que corresponde. Pero suele pasar que el orden familiar se altera y algunos hijos se crecen por encima de sus padres o algunos padres se empequeñecen por debajo de sus hijos… o las dos.
Por estos días se me ha permitido acompañar a familias de ambos tipos. En las que se ha preservado el orden del amor hay más armonía, comprensión, respeto y amor. Ello se debe a que los cónyuges se han honrado mutuamente, valorándose como pares, acompañándose en la experiencia vital, conteniéndose emocionalmente, admirándose y disfrutando de una sana sexualidad. No son parejas perfectas, simplemente han sabido reconocer que como pareja son maestros mutuos y que mientras tengan algo que enseñarse el uno hacia el otro, caminan juntos. Hay otras parejas que, aunque ya no tienen nada más que ofrecerse, han sabido cerrar amorosamente lo que se inició con amor. En las sanas separaciones también hay honra. En uno y otro casos, los hijos han aprendido el respeto y el lugar que a cada quien le corresponde. Y como lo han asimilado en lo individual, lo podrán poner en práctica cuando a su vez formen pareja.
Hay otras familias en la que los cónyuges no se han valorado como tales. No lo han aprendido aún o simplemente en esta vida no les ha correspondido ese aprendizaje. Ha primado el irrespeto, el abandono, la humillación e incluso las agresiones verbales y físicas. Como no se han dado su lugar, ni tampoco han tomado el que le corresponde a cada quien, los hijos tampoco han aprendido el orden del amor, y resultan encargándose de los temas de pareja, que no les atañen. Se alían con alguno de los padres, saltándose al otro. Aunque el amor se ha trastocado, se puede reordenar, reconociendo que se asumen lugares y roles que son de otros, de los grandes o de los chicos.
Vale la pena reflexionar sobre hoy cómo está la honra en su familia. ¿Ocupa cada quien el lugar que le corresponde? ¿Hay valoración mutua, por encima de los errores? ¿Se honra a usted mismo?