Eduardo Vargas Montenegro, Ph.D. | El Nuevo Siglo
Lunes, 6 de Junio de 2016
Pasiones contra la paz
 
Me he venido preguntando qué emociones pueden existir tras las manifestaciones en contra de la paz, qué puede ser tan poderoso para que se prefiera perpetuar las confrontaciones armadas a construir escenarios de mayor armonía.  En el afuera aparece lo evidente: el poder político enceguece y permite tener ganancias en capitales de votos, que representan capitales económicos; el negocio de la guerra enriquece a quienes manejan el comercio de las arma , sean estas legales o ilegales, y demás insumos bélicos; el poder de las armas se hace efectivo controlando territorios y todo lo que en ellos sucede -rentable para los señores y señoras de la guerra- como cultivos de uso ilícito, laboratorios de alucinógenos, minería ilegal y tráficos de todo tipo: drogas, contrabando, dinero sucio, armas y personas, siendo ellas utilizadas en explotación sexual, trabajos forzados, guaquería y militancia armada; organizaciones de postín que sacan más provecho en tiempos de conflicto armado que de paz. Con seguridad la lista sigue. El poder apasiona y aprisiona. Muchos parecen disfrutar de esas cárceles, al menos en la foto del momento.  Desde hace décadas se respiran pasiones guerreristas, unas más disfrazadas que otras.  
 
Sí, detrás de esos anhelos por que la confrontación se mantenga están las pasiones, esas perturbaciones o afectos desordenados del ánimo, como las define el diccionario de la RAE, y que a todos los seres humanos nos asechan, por más evolucionados o iluminados que nos creamos.  Es triste decirlo, pero la guerra representa una zona de confort de la cual millones de personas alrededor del mundo no quieren salir, porque más allá de las ganancias económicas también hay beneficios emocionales.  Evidentemente, resulta maravilloso para ensalzar al ego sentirse y ser reconocido como una persona salvadora o perfeccionadora del mundo, quien pone fin al caos; aparece aquí la vanidad.  Pero, si el caos terminase, acabarían con él la fantasía de ser el eje de rotación del mundo y el reconocimiento emocional, ese que es necesario prolongar tanto como sea posible y que va acompañado de réditos económicos. Ello genera ira, no tanto por el caos de la guerra sino por la amenaza de que ese caos general concluya y propicie un caos personal.
 
Irrumpe la gula: no basta con lo que se tiene, se desea más. Si lo obtenido es fruto de la guerra, pues que esta siga para obtener más.  Se reacciona con soberbia, el orgullo egoísta de quien se vende a sí mismo como servidor de fines superiores, que le terminan beneficiando. Aparece también la avaricia, la pasión absurda que motiva a no compartir nada, por temor a perderlo todo.  La lujuria ha estado presente todo el tiempo, esa ansia de mayor poder que castiga a quien actúa, siente y piensa diferente. Por supuesto, no faltan la envidia,  la pasión que califica todo de insuficiente, y la pereza, que bloquea lo que otros proponen. Y está el miedo a la paz, a que con su llegada se terminen los privilegios ganados con la guerra. Todos tenemos esas poderosas pasiones. ¿Cuál(es) es(son) la(s) suya(s)? 
@edoxvargas