Eduardo Vargas Montenegro, PhD | El Nuevo Siglo
Viernes, 2 de Octubre de 2015

 

ESENCIA

Honrar lo sagrado

Los  augures eran sacerdotes que en la Antigua Roma descifraban los signos que enviaban los dioses para que se cumpliera su voluntad y traducían a su vez las acciones humanas para que fueran interpretadas por los dioses. Para ello hacían uso de una zona del cielo llamada templo, en la cual -y de acuerdo con las aves que apareciesen y en el sentido en que volasen- establecían los augurios. Era la conexión con la naturaleza lo que permitía discernir qué era conveniente y qué no. Con el correr del tiempo terminó la palabra templo siendo utilizada para designar un edificio sagrado, y lo sacro fue quedando reducido a unos espacios específicos, encerrado y de difícil acceso. Fue así como fuimos cercenando la sacralidad de la vida, de la naturaleza, de todo cuanto existe. Se distorsionó la visión y parece que aún no damos plena cuenta de ello.

Nos dividimos: lo sagrado por un lado y lo mundano por otro y en esa dualidad seguimos extraviados. Pusimos lo sagrado muy lejos, en lo profundo del cielo, y decidimos que la cotidianidad solo podía relacionarse con lo sacro en ocasiones especiales, con la mediación de unos pocos privilegiados designados para ello, como cuando los emperadores romanos designaban a los augures o -en algún momento de la historia- eran elegidos por el propio pueblo. Renunciamos sin darnos cuenta a nuestra capacidad de vincularnos en forma directa e inmediata. Construimos un temor alrededor de ello, miedo que fue degenerando en desprecio, de lo cual es fiel exponente el progreso con mirada patriarcal, que no respeta un bosque, un cuerpo de agua ni los animales que allí tienen su hábitat con tal de extender toneladas de concreto, o que sigue extrayendo petróleo a como dé lugar, cuando conocemos ya otras fuentes de energía más sanas.

Es sagrada la vida de las mascotas que alegran nuestra jornada, la de las plantas que embellecen nuestros espacios; es sagrada la vida del otro, incluso si piensa que la vida no es sagrada y actúa desde esa premisa; es sacro el aire que respiramos; son sacras las montañas que nos abrazan, las aguas que nos quedan. La naturaleza es un templo, abierto para todos, desde el cual nos podemos conectar con lo trascendente, desde los templos que somos, pues cada célula de nuestro cuerpo, cada centímetro cuadrado de piel, cada cabello y cada órgano son sagrados. Reconocer nuestra sacralidad, la de todo lo que existe, nos permite cambiar la relación con nosotros mismos, con los otros y lo otro, pues honraríamos la existencia en pleno. Yo me honro y te honro; tú te honras y me honras. Lo mundano también es sagrado.   

@edoxvargas