Eduardo Vargas Montenegro, PhD | El Nuevo Siglo
Viernes, 13 de Noviembre de 2015

ESENCIA

Nuestro interior

Aunque la memoria cognitiva sea frágil, las memorias físicas y emocionales siempre están presentes y por lo general resultan determinantes en nuestras vidas. Hay personas que no registran ningún recuerdo de su infancia, no porque no quieran, sino porque si la memoria consciente estuviese presente conllevaría dolor e incluso sufrimiento. Muchas veces los seres humanos elegimos, de manera inconsciente, cancelar la evocación del pasado como mecanismo de defensa que nos protege de experiencias traumáticas; pero, las heridas profundas de  nuestra historia no se sanan con tan solo colocarles una banda adhesiva y dejarle el resto al paso de los años. Eso de que el tiempo todo lo cura es un sofisma de distracción que deriva en una peligrosa zona de confort: la del “deje así”, un dejar así emocional que nos sabotea la existencia. De ahí la importancia de enfrentar el pasado, no para quedarse eternamente patinando en él sino para sanarlo y trascenderlo. 

La clave está en el niño o la niña interior, nuestra parte más sensible y que todos los seres humanos llevamos dentro. Entre más rápido la reconozcamos, validemos y le permitamos manifestarse, mejor. Muchas personas, podría decir que una gran mayoría, llevan adentro a un pequeñito herido, lastimado, vulnerable, miedoso, rabioso, en ocasiones paralizado, confundido, que no sabe qué hacer. Le invito, con respeto y cariño, a que imagine lo que pudo haber sentido en su primera infancia cuando falleció un ser querido, cuando se fueron mamá o papá, cuando le dejaron en el primer día de colegio. Cada quien tiene sus propias vivencias, no generalizables ni comparables, pero todas con consecuencias en la vida futura. Todas esas emociones lejos de ser destructivas son legítimas y emergen en la cotidianidad aunque no nos demos cuenta. Eso que sentimos de pequeños y no hemos elaborado nos marca.

La ira, la desconexión, la apatía, la melancolía profunda o la sensación de escasez que sentimos de adultos tienen raíces profundas en esas experiencias de infancia.  No fueron buenas ni malas, simplemente sucedieron y de grandes tenemos la responsabilidad con nosotros mismos de resolverlas. Cuando no sabemos por qué estamos de mal genio, tristes o asustados, es probable que sea el niño interior queriendo llamar nuestra atención. Igualmente la puede llamar en la alegría, por supuesto: con el antojo de un helado, una subida en la montaña rusa o una descolgada en parapente; y también allí es necesario atenderle, pues es la forma en que nos conectamos con nosotros mismos. En esa conexión con nuestro interior está la clave y los procesos terapéuticos nos ayudan a encontrar las respuestas que el niño interior tiene, a la espera de ser escuchadas y puestas en práctica. Lo merecemos.

@edoxvargas