EDUARDO VARGAS MONTENEGRO PhD | El Nuevo Siglo
Domingo, 21 de Septiembre de 2014

Reconocernos humanos

 

 

Los seres humanos somos mucho más parecidos de lo que creemos, incluso de lo que nos gustaría.  Claro, es necesario el proceso de singularización para acometer la experiencia humana, para lo cual cada quien requiere un ego y un cuerpo físico, a través de los cuales se realiza el viaje de la existencia.  Ni siquiera los gemelos univitelinos son absolutamente idénticos, pues aunque en un principio comparten el 100% de la información genética, durante su desarrollo se producen algunas variaciones genómicas de manera casi imperceptible.  Sí, la diferenciación es necesaria en el proceso, pues al fin y al cabo la experiencia vital es individual aunque vayamos juntos en el camino; sin embargo, estamos hechos de lo mismo.  Por ello, sentirnos inferiores o superiores a otros es en realidad una mezquina ilusión, así nuestras vidas sean diametralmente opuestas.

Nos solemos adjetivar como buenos o malos -y de paso adjetivamos a los otros-, pero solo son dos puntos opuestos que en nuestra miopía no relacionamos como los extremos del continuo en el que nos movemos a diario.  ¿Quién no ha dicho una mentira, por más “blanca” que sea? ¿Quién no ha escondido a alguien algo de su historia? ¿Quién, acaso, ha sido absolutamente congruente entre lo que piensa, siente, dice y hace?  No conozco al primer ser humano absolutamente coherente, terminado; es posible que en ello me equivoque, como en muchas otras cosas.  Cuando no tenemos integrados nuestros egos el compararnos resulta frecuente, bien sea por arriba o por abajo.  Ahí es cuando los conflictos, que podrían resolverse de manera fluida, escalan.

En la cotidianidad no es tan sencillo darnos cuenta de nuestra igualdad en la diferencia.  A medida en que nos conectamos con nosotros mismos, en compasión, somos capaces de conectarnos con otros desde esa misma compasión; mientras tanto, nos lastimamos, juzgamos y condenamos, pues creemos que el asesino o el suicida, el manipulador o el manipulado, son radicalmente diferentes a nosotros.  No se trata de evadir la responsabilidad de nuestros actos y no asumir sus consecuencias; se trata, creo, de no ensañarse con los errores ajenos.

Todas las personas acumulamos equivocaciones y aciertos, miedos y confianzas, anhelos y frustraciones, rabias y alegrías, duelos y celebraciones. En el llanto no tenemos diferencias, ni en la arrogancia, la ignorancia o la resistencia para vernos por dentro.  Tampoco la hay en la posibilidad de conexión íntima con nosotros mismos. Somos humanos.  Lo que pasa es que si nos hacemos plenamente conscientes de ello, de la humanidad propia y ajena, nos vemos avocados a salir de nuestras zonas de confort, para reconocernos como iguales, soltar juicios y condenas.  Pero muchas veces preferimos seguir luchando para sobrevivir, que reconciliarnos y vivir.

@edoxvargas