Pareciera que ser joven hoy en día conlleva de forma obligatoria una condición de pesimismo en lo que el futuro le depararía. Sin embargo eso no es cierto, durante toda nuestra historia ha sido así, pero los jóvenes con la fe puesta, han generado cambios sociales a partir de eso, así se fue construyendo la historia.
Y es que una vez terminamos nuestros estudios en secundaria, e incluso, empezamos a corta edad nuestra vida laboral, tropezamos con el primer gran escollo en la vida, la independencia económica. Aquí aparecen las primeras preguntas siendo la más tortuosa ¿y ahora qué hago?
Resulta ya cultural defender la idea que todo tiempo pasado fue mejor, esto ha sido más que un colchón para siempre esperar lo malo y recibir lo bueno, como esperando un milagro.
Las perspectivas de los jóvenes en el futuro siempre han sido angustiantes, las de mis abuelos, padres y mías lo fueron, pues salir al mundo a dar las luchas sin que se tengan las mismas condiciones resulta perturbador. Es en ese momento donde verdaderamente conocemos el concepto de desigualdad social, no antes, pues es allí donde nos vemos dando la misma lucha todos, pero con diferentes armas.
Esa parte crucial de nuestra vida es aprovechada hábilmente para el adoctrinamiento, por quienes en forma de dirigentes ofrecen una posibilidad de futuro, no sustentados en oportunidades para nosotros, sino basados en condiciones de odios personales contra los que tienen en ese momento mejores condiciones para afrontar el futuro, parten de la concepción que ellos no las merecieron, ellos nos las robaron.
Ofrecen además promesas sociales donde el Estado siempre será quien deba proveer las soluciones a cada problema que tenga el individuo, igual saben que es solo utopía que no podrán cumplir. Sin embargo, la idea que venden es de fácil aceptación, se sintetiza en usted no debería estar preocupado en este momento por nada, el Estado debe darle todo, pero además sin que a usted le cueste nada.
Ofrecer eso es lo más fácil, repito, cumplirlo no. Seguramente por eso la política y quienes la representamos fuimos perdiendo credibilidad, porque por muchas décadas se ha ofrecido más de lo que se hubiese podido entregar, se ha jugado con la angustia de nuestros jóvenes.
En todo ese pesimismo que acompaña esa etapa de nuestras vidas, la situación más extraña es saber verdaderamente que quieren nuestros jóvenes, pero lo que sí podemos hacer es interpretarla.
Quieren acceder a formas de educación que garanticen su futuro, que generen un empleo digno, que constituyan realmente la subsistencia tanto suya como de su familia. Es a eso donde debemos apostar en los próximos años, a generar espacios de educación más influyentes y competitivos, no sólo a entregar cartones que van a quedar siendo parte de una colección más de frustraciones.
La sociedad requiere una revolución educativa radical, desde allí los demás problemas seguramente podremos solucionarlos; el país debe reformular el modelo de educación que hace años podría basarse en solo sacar títulos pero que hoy necesita graduar mejores personas.