El plebiscito pretendía una refrendación política a los acuerdos de La Habana con la guerrilla de las Farc, por ello, la principal consecuencia de haber triunfado el “No” es de carácter político y es precisamente que los acuerdos no fueron refrendados. Si se necesitaba o no esa refrendación política, es otra discusión; la realidad es que ambas partes la acordaron y decidieron someterse a ella. El propio Jefe de la Negociación por parte del Gobierno fue enfático en afirmar que en el evento de triunfar el “No”, no habría acuerdos.
También hay consecuencias jurídicas, porque el Acto Legislativo 01 de 2016 que elevó los acuerdos especiales de La Habana a la categoría de bloque de constitucionalidad para que sirvieran de interpretación a los siguientes desarrollos legislativos, supeditó su vigencia y sus efectos a la refrendación que no se dio y por tanto dicho Acto Legislativo no puede producir efecto alguno; es como si no existiera.
El escenario no es el mejor. En primer lugar, no se trata de simples desacuerdos en la interpretación, ni malos entendidos, que se superan hablando con uno de los partidos políticos que apoyaron el “No”. La cuestión no es tan sencilla. El “No” triunfó y es sobre todos los acuerdos y su contenido, pues a mala hora se mezclaron con el plebiscito y no puede decirse que es solo sobre unos puntos concretos, cuando la pregunta fue para todos los acuerdos.
Así las cosas, se pregunta ¿Cuál es la salida? Varias respuestas hemos escuchado en los últimos días; analicemos algunas de ellas.
¿Hacer caso omiso del plebiscito? Es lo que quieren las Farc; decir que los acuerdos ya están, que no se requiere refrendación y seguir con los desarrollos legislativos de los mismos. Políticamente no es admisible; el Presidente se comprometió con someterlos a un mecanismo de refrendación y no se lograría el efecto buscado de que formen parte de la plataforma de la Constitución para blindarlos hacia el futuro.
Otra salida es la Constituyente, que no tiene ni pies ni cabeza; no viene al caso volver a discutir la Constitución para buscar una solución al problema. Además, ello implicaría poner en marcha todo el mecanismo para una Asamblea Constituyente que terminará replanteando lo divino y lo humano. No olvidemos que la anterior se convocó para diez puntos concretos y terminó cambiando la Constitución íntegramente.
Buscar que los Tribunales tumben el plebiscito, por razones como la del huracán, el invierno, u otra de igual desatino, no deja de ser una “leguleyada”.
¿Volver a intentar otro plebiscito? Claro que es posible, pero luego de renegociar los acuerdos rechazados. Someter los mismos acuerdos sería hacerle conejo a la democracia; quedaría el Presidente perdiendo toda credibilidad, pues se comprometió a respetar lo decidido en la refrendación.
Todo parece indicar, que la salida no puede ser otra, que con paciencia y por el tiempo que se requiera, hay que entrar a escuchar a todos los sectores que estuvieron por el “No”, decantar los puntos neurálgicos del acuerdo, volver a la mesa a replantearlos; de llegar a nuevos acuerdos, volver a firmar y someterlos a la refrendación. Si se satisfacen los reclamos de todos, seguramente triunfará el “Sí”, de lo contrario, habrá otra costosa frustración.