Entre las muchísimas funciones que se la han asignado al Estado hoy en día, se destaca la de proteger a los débiles. Por eso lo vemos amparando los niños sin hogar o con entornos que no los protegen, o a las madres que son “cabeza de hogar”, o a los ancianos que viven en extrema pobreza. Eso está muy bien. Valdría la pena hacer fuerza para que el Estado y en general todas las instituciones públicas y privadas velen por la vida de las familias para que se pueda desarrollar de la mejor manera posible. Que no haya necesidad de que esta célula básica de la sociedad entre en crisis o ruptura -porque sí hay familias rotas- para llegarle con los apoyos de distinta índole. Dicho de otra manera: el ciudadano debería poder ver con claridad que tener una familia bien constituida es la mejor forma de encontrar apoyo de parte de todos los que cumplen funciones de protección y desarrollo en la sociedad.
En realidad, la vida contemporánea no siempre ha sido muy amigable con la familia. Comenzando por el aspecto económico, la familia ha sido casi que reducida a su mínima expresión con padres y un par de hijos. Los arquitectos ya casi no piensan en nada que tenga más de una o dos alcobas. Los ritmos laborales, la caótica movilidad urbana, los costos de la medicina y de la educación, son apenas algunos de los factores que han hecho del proyecto de familia una proeza no siempre fácil de llevar a cabo. Y de estos ámbitos ha surgido también un perfil de personalidad que no siempre encaja armoniosamente con los ideales de sociedad, de convivencia, de solidaridad. Cuando los núcleos familiares viven en un esfuerzo desmesurado constante, terminan por dar como frutos unos seres humanos complejos, adoloridos, con deseos de sacarse la espina en algún lado y se la sacan.
Sin caer en idealismo que no son sino eso, sería interesante que desde el Estado y desde toda institución social existiera una clara y decidida política de amparo, protección, apoyo y estímulo para la vida familiar. Tener familia debería ser un gran triunfo para todas las personas. Pensar en formarla no debería ser motivo para asustarse, sino la percepción de que sería el camino más expedito en la vida pues contaría con el apoyo de quienes deben velar por el bienestar de las personas. A la larga, si los núcleos familiares gozaran de todas las ventajas, comenzaríamos a ver al hombre y a la mujer de mejor talante que tanto estamos necesitando en todas partes. Seguramente encontraríamos seres equilibrados, solidarios, capaces de amar sinceramente, emocionalmente sólidos y estables, espiritualmente plenos, socialmente respetables.
En la mayoría de biografías trágicas, suele encontrarse rápidamente la ausencia de familia o la mala constitución de la misma o una suma de todos los problemas humanos. Algún día volveremos al sentido común y abandonaremos tanta teoría sin sentido y entonces, entre otras cosas, cuidaremos mejor nuestras familias. Y la gente estará mejor.