Ninguna época del mundo tan dominada por la neurosis como la actual. Respiramos un ambiente repulsivo y neurotizado. De cada 10 personas, nueve sufren de neurosis. Neurosis a causa de un ruido que nos exaspera, neurosis por la fatiga y por la angustia de un tiempo vertiginoso que nos acosa y aniquila.
Esa neurosis que lleva a la irritabilidad al maestro y al alumno, al oficinista y al patrón, al profesional y al obrero. Esa neurosis también es a causa del desempleo, de la desnutrición y de la miseria. Y neurosis también en los ricos y soberbios, cansados de sus interminables horas de hastío y de ocio y atemorizados por la inconformidad rebelde y agresiva de los desposeídos.
Vivimos una era de gentes neurotizadas, irritables y agresivas. Y el germen del mal hay que localizarlo fundamentalmente en una infancia levantada en medios cerrados, sin espacio vital para jugar, danzar y reír. La invasión del campo a la ciudad, la industrialización frenética, el crecimiento desproporcionado entre las necesidades masivas y los recursos escasos, ha conducido a un mil de problemas con la consiguiente neurosis colectiva. Los colombianos mueren de tedio y de tristeza porque crecen en una atmósfera apática y ensimismada.
Hace años con los juegos deportivos se inició el gran estímulo a escala internacional los eventos en todas sus manifestaciones. Y en realidad, de verdad, el deporte es la fórmula mágica para eliminar progresivamente la angustia y el desasosiego. El fútbol, el boxeo, la lucha libre, entre otros, constituyen el éxtasis de los ricos y los pobres, viejos y niños, humildes y élites. Desde los romanos, el circo constituía la sustancia más importante para distraer y formar a ese pueblo privilegiado.
Cada sitio que se abre para el deporte es una cárcel que se cierra y un hospital que se economiza.
El deporte enciende la carne de la juventud, vigoriza su musculatura envidiable y aviva rivalidades tan sanas como constructivas. Es imposible aspirar a tener generaciones moralmente robustas en cuerpos anémicos y decadentes. Hay tanta belleza plástica en el cuerpo escultural de una joven campeona de natación, como en un poema. Entendemos la emoción de los estadios y el delirio de la muchedumbre ante los luchadores del circo.
Practiquemos el aforismo latino de crear con alegría. Que un poema, una tarea escolar, el estudio de una profesión universitaria, no constituya amargo ensimismamiento o penosa superación de sí mismo, sino una diversión, tan fina, tan ágil y espiritual, como el tenis o el golf.
La juventud moderna actual me gusta por su formación alegre y ligera. Escribe versos estimulantes sobre páginas perfumadas. Viste con alegría y con inocencia. Rechaza el convencionalismo y el espíritu farisáico.
El deporte busca reivindicar los valores de la cultura, estrechar los vínculos intelectuales y contribuir a que “amemos a los demás como a nosotros mismos, a medir a los demás como nos medimos nosotros y desear para los demás, exactamente lo mismo que deseamos para los que más queremos”. Nadie puede negar que el deporte y el espíritu son la luz del mundo y la sal de la tierra. Si no fuera por el espíritu, hasta el pan sería tan duro como la piedra. Ojalá el teatro del libro que me honro en presidir, pueda cumplir la exigente sentencia de Echerman: “No basta dar pasos que algún día pueden llevar a la meta, sino que cada paso debe ser una meta, sin dejar de ser un paso”.