La Universidad de Yale lleva más de trescientos años tras la luz y la verdad, interesada en forjar estadistas, aquellas personas capaces de entregarse al servicio a la patria y gobernar de manera admirable. Informada por sus mejores tradiciones, Yale ha expuesto a sus estudiantes a miles de personas ejemplares, siempre bajo los principios de la libertad de expresión y el debate feroz pero cordial. Fue en uno de estos escenarios que tuve el privilegio de aprender de un estadista ejemplar la semana pasada.
El estadista logra balancear la profundidad del pensamiento con el pragmatismo. Respira y actúa informado por la historia, por las grandes encrucijadas de Roosevelt, Truman y tantos otros que tuvieron el privilegio de forjar la historia desde la democracia.
El historiador José Fulgencio Gutiérrez describió al Libertador Simón Bolívar como alguien capaz de convivir con “los grandes hombres” y “los grandes pueblos” de la humanidad - así es el estadista-. Al mismo tiempo, debe comprender la urgencia del momento, de manera que cuando le pregunten cómo reaccionó a la gran catástrofe de su época, podrá narrar los hechos con la precisión de un cirujano. Debe aprender que ante las mayores dificultades, los gobiernos no siempre escogen entre el bien y el mal, sino entre males de diversas magnitudes, y que en esos casos debe primar la sostenibilidad del país sobre las consideraciones políticas.
El estadista logra balancear la convicción en sus principios con la capacidad de dialogar respetuosamente. Brilla por su amor por la democracia, por las mejores cualidades de nuestra república de abogados y poetas, y por el repudio al autoritarismo que representan sus adversarios. Brilla por su profunda generosidad con nuestros hermanos venezolanos, que han construido nuevos hogares luego de sufrir la tiranía más salvaje, haciendo de nuestra república un referente mundial de la hospitalidad humanitaria. Nunca estuvo ni estará dispuesto a sacrificar estas convicciones, por más grandes que fueran las presiones en su contra.
Al mismo tiempo, es un dialogante magistral con sus contradictores, capaz de apelar al razonamiento económico, legal, y moral para desarmar sus argumentos sin descuidar la importancia de la cortesía y la decencia. Responde a sus contradictores con hechos y compasión, muy distinto a las mentiras e insultos que engendran los gobernantes inferiores.
El estadista posee una amplia capacidad expresiva. Es capaz de inspirar al estudiante más desconcertado, de persuadir a las mentes más cerradas, de mostrar potencia y convicción con la fuerza de su voz. Ante todo, encarna la dignidad de un estadista, entendiendo que así enaltece a las instituciones bajo las cuales gobernó y muestra respeto a quienes depositaron en él sus esperanzas.
El expresidente de la República, Iván Duque Márquez fue el último gran estadista en llevar las riendas de nuestro país. La semana pasada recibió la ovación merecida de una multitud de jóvenes latinoamericanos que, ansiosos de regresar a sus países y ayudar a enderezar sus rumbos, vieron en él una fuente de inspiración y aprendizajes. ¡Cuánta gratitud nos faltó como país cuando, tras las columnas empedradas del Palacio de Nariño, trabajaba un ser rico en autoridad, intelecto, integridad, cordialidad y patriotismo, tantas cualidades hoy ausentes en lo más alto de nuestra República! ¡Cuánta gratitud nos falta aún hacia el presidente que derrotó a la pandemia! ¡Qué grande es nuestra necesidad de aprender del expresidente Duque y de volver a encontrar a un colombiano que pueda dirigirnos con las virtudes de un estadista!