¿Por qué no se ven las cosas hoy con claridad? Algo se ha atravesado entre el esplendor de la verdad y el corazón de las personas. A veces nos ha dado, como al señor Trump, por mirar el eclipse directamente y hemos quedado peor. Hemos caído en la tentación de observar con ilusión de verdad lo que en realidad no lo es y hemos quedado confundidos. Y a cada paso estamos tropezando con verdades a medias o mentiras pretenciosas que reclaman el puesto que no les corresponde. En público hay que sostener unos puntos de vista que bajo la lámpara de un gabinete de estudio no resisten siquiera un análisis ligero. Y, entonces, al poco tiempo estamos llenos de contradicciones internas pues desempeñamos roles como si fuéramos actores por siempre en el teatro de la vida, pero en la intimidad nuestra conciencia nos fustiga enervada, no por el papel, sino por el papelón desempeñado. La cultura moderna, sí, la cultura, ha eclipsado en buena medida la verdad.
¿Afirma entonces el escritor que la cultura actual confunde, cuando no miente? Sí, señor, juez, pero permítame explicarme. Eso que llamamos cultura, que es una creación típicamente humana, ha roto en muchos campos el vínculo entre el diseño original del hombre y su modo de estar y hacer el mundo. Ya ni siquiera nos preguntamos qué es el hombre o, si se quiere más sofisticadamente, qué es la persona humana. Nadie se lo pregunta. Mucho menos se nos ocurre pensar para qué fue creado o cuál es su misión sobre esta casa común, como la llama nuestro próximo ilustre visitante, el obispo de Roma. Así, señor lector o juez, tenemos a los hombres y a las mujeres, como seres que suben a diario al escenario de la vida para ver qué papel les pondrán a desempeñar, sin siquiera preguntarles por su naturaleza, su finalidad, sus posibilidades, sus límites. Lo imperativo es hacer bien el papel asignado sin hacerse muchas preguntas y si se puede, cobrando poco.
Pero todos, sin excepción, tienen atragantadas multitud de inquietudes o preguntas, muchas cargadas de ira. Casi todas están eclipsadas, es decir, las preguntas acerca de la verdad de las cosas, por los reflectores que hay sobre el escenario y que apenas si permiten permanecer de pie, aunque no a todos. La búsqueda de la verdad, a quien la emprende, está amenazada duramente por el pensamiento ambiente que es del todo acrítico, por unas redes sociales que representan el leviatán del apocalipsis, por la masa que solo quiere engordar hasta reventar, por los medios masivos de comunicación que se han convertido poco menos que en vertederos de residuos tóxicos.
Hay un eclipse peor que el del sol por la luna. Es el de la conciencia, el de la verdad. Tienen en común ambos eclipses que oscurecen, pero el primero lo hace ligera y furtivamente, el segundo se ha prolongado por demasiado tiempo y estamos extrañando la luz del alma. Cuando esta retorne, porque así habrá de suceder, volveremos a ser armónicos, pacíficos, hermanos, verdaderamente humanos y, como nunca, hijos e hijas de Dios.