Nicolás Maduro se confirmó, ante la atenta mirada del mundo, como un vil e infame usurpador. Ya a nadie le cabe duda de que este dictador está enfermo de odio y de cinismo, que su vocabulario soez no es un montaje sino la realidad de lo que contiene su cerebro, que sus descabelladas mentiras son las de un mitómano desquiciado, no las de una mente sana.
La ignominia de los ocurrido el sábado 23 de febrero, en todas las fronteras de Venezuela, cuando miles de venezolanos trataron pacíficamente de entrar ayuda humanitaria a su tierra y fueron agredidos sin compasión por los esbirros de Maduro, quedará registrada en los anales de la historia como “el día de la infamia” de un déspota delirante contra su pueblo.
El usurpador reía mientras los venezolanos lloraban al ver arder los camiones cargados de comida y medicinas, luego de haber logrado llegar a territorio venezolano. Se congratulaba al ver el desespero de los valientes voluntarios venezolanos tratando de rescatar las cajas, para salvar algo de lo que devoraba el fuego.
El mundo no olvidará la dolorosa imagen de hombres y mujeres, armados solo con banderas y canciones, acompañando los camiones cargados de ayudas indispensables para la supervivencia de sus compatriotas, siendo atacados por soldados maduristas, con órdenes de detenerlos a como fuera. Nadie olvidará a los 285 heridos, ni a los indígenas asesinados por criminales órdenes de Maduro.
Esas imágenes de “robocops” de la dictadura disparando gases lacrimógenos y petardos de aturdimiento, incendiando camiones con provisiones humanitarias, actuando miserablemente contra un pueblo indefenso, ansioso de llevar a sus gentes comida y medicamentos, no las olvidará el mundo, mucho menos los propios venezolanos.
Honor a los 60 oficiales de la Guardia Nacional y las fuerzas especiales que, haciendo caso a su conciencia y arriesgándolo todo, desoyeron las órdenes del usurpador y se unieron a la lucha por retornar la libertad y el orden a Venezuela. Hoy son sesenta, pronto serán más y más. Maduro no podrá detenerlos a pesar del terror a que son sometidos, del peligro de ser encarcelados, torturados y de que sus familias sufran persecución, como sucede con tantos presos políticos en Venezuela. Nadie los detendrá, pues es bien sabido que los soldados rasos, en su mayoría, están contra quien ha arruinado a su bella Venezuela.
El 23 de febrero fue un triunfo para la oposición, pues mostró la resiliencia del pueblo raso venezolano, su inamovible voluntad de paz, su valor al enfrentar el terror y las mentiras de un régimen enfermo. Su propósito de hacer oposición de manera pacífica es poderoso, es ejemplar, es edificante.
Ya son cerca de 60 las naciones que respaldan a Juan Guaidó. Lo ocurrido será el detonante para que sean muchas más. Es claro que esos países escandinavos, que tanto hablan sobre los Derechos Humanos, igual que la Unión Europea, que se ha mostrado tímida en su condena al usurpador Maduro, no podrán guardar silencio ante la horrenda imagen de camiones llenos de ayuda humanitaria siendo incendiados. Mantener silencio ante estos hechos es vergonzoso, inmoral, es un crimen de lesa humanidad.
Será imperioso proteger al presidente provisional Juan Guaidó, quien a su retorno a Venezuela correrá el peligro de ser detenido por Maduro. Pero, absolutamente nada impedirá la caída del usurpador, tarde o temprano.