Como la muerte forma parte de la vida debemos aceptar la del maestro del diseño Germán Samper Gnecco, egresado de la Universidad Nacional en 1948, cuya obra contiene el sueño de hacer realidad modernos proyectos arquitectónicos comunitarios, siguiendo los pasos de Le Corbusier, su tutor por un lustro en París, de quién aprendió lecciones que transmitió, a su vez, a discípulos creativos.
El Museo del Oro en 1963, Premio Nacional de Arquitectura; la Biblioteca Luis Ángel Arango con la extraordinaria Sala de Conciertos, cuya acústica excepcional se impone; el edificio de Avianca en Bogotá, sobreviviente del incendió que lo afectó parcialmente en julio de 1973; la Ciudadela de Colsubsidio, el del periódico El Tiempo, el barrio La Fragua, el Centro de Convenciones de Cartagena, la Torre de Coltejer, en Medellín, son muestras de talento para erigir obras de renovación urbana de excepcional magnitud que apreciamos y disfrutamos, presentadas claramente, acordes con el espíritu innovador que se destaca en los trabajos de las firmas a las cuales perteneció.
La arquitectura urbana de la segunda mitad del siglo XX, en Colombia, está unida a profesionales notables, con ellos mantuvo contacto, tal el caso de Fernando Martínez, Rogelio Salmona y Guillermo Bermúdez, -cuyo hijo Daniel, por cierto, honra su memoria con construcciones dignas de encomio-, para no citar sino tres nombres. Alumnos del arquitecto que culmina su existencia perseveran en la ejecución de proyectos para ciudades urgidas de armonía, desechando concebir edificios deprimentes, hostiles con el ambiente y el buen gusto, que abundan.
Germán Samper, decano muy joven en Los Andes, autor de “El Recinto Urbano,” “La Arquitectura y la Ciudad,” “La Evolución de la Vivienda Popular,” se hacía escuchar, fue en tres ocasiones concejal de Bogotá, siempre he agradecido su concurso para la organización de la Escuela de Capacitación Liberal que impulsó el doctor Carlos Lleras Restrepo en la década de los sesenta del siglo pasado, cuya directiva presidió, que logramos funcionara varios años a pesar de la escasez de recursos.
Sus obras y libros forman parte de los programas de las universidades del país, amante de la naturaleza, admirador de paisajes, cuidadoso dibujante, trabajador incansable, viajero, apasionado del jazz, en el 2016 rememoró el intercambio de aspiraciones de juventud: “En una conversación con Le Corbusier, nuestro mentor contó que se había formado dibujando por Italia, recomendaba que no lleváramos cámara de fotografía en el morral sino cuadernos de apuntes, material para ensayar: “dibujen, es la única manera de aprender arquitectura,” consejo fácil de dar, difícil de cumplir. Llevo sesenta y cinco años dibujando, hace poco le escribí una carta a Le Corbusier diciéndole ¡Misión Cumplida!”