LA polarización política llevada a su máxima expresión parece ser el signo de estos tiempos y como un mal ejemplo, endémico y epidémico, parece adueñarse de los escenarios políticos en el mundo entero. Comencemos por los Estados Unidos. Desde hace dos largos años el enfrentamiento entre los republicanos y los demócratas no da tregua, el temperamental y errático Donald Trump ha logrado incluso, paralizar al gobierno en su necio afán de sacar adelante sus delirantes proyectos, como el del famoso muro a lo largo de la frontera con México. Los demócratas, por su parte, tampoco le dan respiro y en la Cámara de Representantes, en donde son mayoría, le frenan cualquier iniciativa gubernamental.
Igual cosa ocurre en el Reino Unido, en donde las aspiraciones de la primera ministra Theresa May por retirar a su país de la Unión Europea -el brexit- ha sido derrotado sin misericordia una docena de veces en el Parlamento. El estancamiento del quehacer oficial es más que evidente y nadie parece encontrar una fórmula que permita superar la situación. La crisis parece amenazar la propia supervivencia del mandato de la May y se refleja infortunadamente en la pérdida de influencia británica en los asuntos internacionales.
Aunque no tan profundo pero si igualmente preocupante es el pulso que se lleva a cabo entre el presidente francés Emmanuel Macron y los miles de "indignados" que se identifican con sus chalecos amarillos a lo largo y ancho de las ciudades galas. Se manifiestan violentamente con cualquier pretexto y se han convertido en un gran dolor de cabeza del mandatario. Aquí tampoco parece existir una solución a corto plazo.
Venezuela, nuestra vecina, encabeza la lista de países latinoamericanos que padecen una peligrosa y rampante polarización. Desde que llegó al poder Hugo Chávez, hace veinte años, los venezolanos viven una pesadilla autocrática que les desconoce elementales derechos. Con el atolondrado Nicolás Maduro esta pesadilla ha logrado ribetes caricaturescos y ha sumido al país en una profunda crisis en donde hacen falta hasta lo más indispensable para la vida diaria. Esto ha sembrado el malestar popular que ha llevado a enfrentamientos callejeros entre miles de manifestantes. El clamor por unas elecciones libres ha sido aplastado por una guardia nacional adicta al régimen. Tampoco aquí parece haber luz al final del túnel.
Si por allá llueve por aquí no escampa. En nuestra muy querida Colombia esa confrontación está a la orden del día en el tema más candente de más actualidad política: los llamados Acuerdos de La Habana y el asunto de la paz. Desde los viejos tiempos de la violencia, cuando la lucha fratricida entre liberales y conservadores, no se había observado una rivalidad tan enconada como la que hoy existe entre santistas y uribistas. Es una disputa que va más allá de los rótulos ideológicos y tiene peligrosos ribetes personalistas. Esas diferencias irreconciliables amenazan nuestro mismo futuro democrático.
Adenda
Esa aguda polarización ha llegado hasta el corazón del petrismo. Aquí no se salva nadie.