Hay fechas que debieran ser inolvidables. Una de ellas, es la que se celebra cada primer sábado de julio desde 1923, propiciada por el movimiento cooperativo, siempre en disposición de hacerse todo con todos, sin buscar la vanagloria personal, sino el acceso a la creación de riqueza y la eliminación de la pobreza; no en vano, los miembros contribuyen equitativamente y controlan democráticamente el capital de su cooperativa.
Precisamente esta gratuidad de donarse, de entregarse a las personas y no a ese frío mundo de las finanzas, hace que las cooperativas hayan sido reconocidas como asociaciones verdaderamente integradoras, a través de las cuales los ciudadanos pueden mejorar sus vidas de manera positiva, mientras a la vez contribuyen a la inclusión de su gente, tanto afectivamente como activamente, puesto que su ánimo cooperante está basado en las relaciones y no en la producción.
Hoy sabemos que más del 12% de la población mundial es cooperativista de alguna de las tres millones de cooperativas del planeta y que, éstas emplean a millones de personas en todo el mundo, pues no solo se ocupan de la cooperación entre cooperativas, también se preocupan por la comunidad a la que se entregan y sirven. Sin duda, no existe una mejor prueba de avance humanitario que la del espíritu cooperante. A mi juicio, la humanización sólo se presenta cuando la coexistencia de culturas adopta cultos determinantes de colaboración y concurrencia recíprocos entre sí. No olvidemos, que todo es resultado de un esfuerzo; y, como tal, requiere del empeño de todos, para que la civilización permanezca y no se hunda.
Con su singular y distintivo énfasis en los principios, el movimiento cooperativista ha demostrado ser un referente en la construcción de un espacio más habitable, con un modelo empresarial viable, que frena las tentaciones del individualismo y del egoísmo.
Por cierto, este año la onomástica del movimiento cooperativo, se centra en la contribución de las cooperativas en la lucha contra el cambio climático, algo que afecta gravemente la vida de las personas en todo el planeta, especialmente los grupos más desfavorecidos, como los pequeños agricultores, las mujeres, los jóvenes, los pueblos indígenas o las minorías étnicas, que han de hacer frente a las catástrofes naturales extremas y a la degradación de los recursos naturales. Un gesto que es de agradecer, ya que nuestro mundo está enfermo.