Siempre se ha dicho que la belleza salvará al mundo, ¿pero nosotros seremos capaces de salvar la hermosura que nos engrandece? Quizás tengamos que volver al territorio del verso, ahondar en nuestros interiores, ponernos en guardia con el corazón siempre dispuesto a donarse, situarnos en nuestras poéticas raíces y dejarnos asombrar por el espíritu creativo.
Esta belleza interna, que innata nos cohabita, debe ser no sólo difundida, también defendida. Porque si en verdad somos almas sensibles, tenemos que estar vigilantes, pues el futuro es de todos y de nadie en particular. Tampoco es cuestión de comerse con los ojos la propia efigie personal, sino la de hacer del camino una donación hacia el análogo que nos acompaña. Lo importante es ponerse en acción, salir de uno mismo, crecerse y recrearse compartiendo, abriéndonos a la acogida, sobre todo de los más desfavorecidos, que también forman parte de la familia humana.
En efecto, mal que nos pese, defendiendo la belleza también estamos asegurando nuestro futuro común. En este sentido, nos llena de alegría que desde la fundación de las Naciones Unidas, el desarme y el control de armamentos hayan desempeñado un papel esencial en la prevención y en la resolución de las crisis y los conflictos armados. Desde luego, toda esta atmósfera de tensiones y peligros que estamos atravesando desfiguran la belleza, nos deshumanizan por completo, llevándonos a un espacio de absurdas luchas entre sí.
Sin duda, hay que repensar las situaciones, activar liderazgos coherentes y honestos a través del diálogo sincero, que fomente el ánimo del legítimo abrazo. Hay que practicar con el alma, nunca con las armas. Indudablemente, el mejor ejercicio va a radicar en proteger nuestra casa común y a sus moradores, adoptando otros estilos de vida más comprensivos y respetuosos con toda existencia.
Continuar anclados en el pasado destructivo de las contiendas es no haber aprendido la lección de embellecernos. Hasta ahora estamos fallando en todo. No se puede educar únicamente vertiendo contenidos, endiosándonos egoístamente, hay que estimular otros dones más sublimes, como es el latir conjunto que es el que acrecienta el fuego de la belleza que jamás caduca, y que suele comenzar con la sabiduría de esas gentes, ancianos, que son capaces de dar evidencia a la juventud. Pensemos en esas tertulias literarias, filosóficas, familiares; donde se cultiva la alianza de los mayores y los nacientes, de los experimentados con los seres en aprendizaje. Procuremos que este vínculo en ningún tiempo se corte. Los viejos podremos indicar que la acumulación excesiva y el comercio ilícito de armas convencionales arriesgan la paz, pero los jóvenes también podrán decirnos y complementarnos, que las tecnologías nuevas aplicadas a las armas, arriesgan la seguridad mundial.
Son esa conjunción de fortalezas vivientes, las que han de impedir que la belleza se desmorone. Por consiguiente, urge ponerse en labor, trabajar con otro innovador talante y otros talentos más artísticos, para que resplandezca la pasión por lo armónico. La primera tarea salta a la vista: El desarme ha de volver al centro de nuestros afanes y desvelos comunes. Es lo prioritario. Hemos de lograr un mundo libre de armas nucleares cediendo sonrisas cada día, revitalizando otros aires más puros que nos den oxigeno y vida, manteniendo el equilibrio del soñador y no del guerrero, que se fortalece vertiendo veneno por todo el ciberespacio. Apremia, pues, revitalizarse sin obsesionarse por el consumo, involucrarnos cada cuál desde su hábitat, animarse y reanimarse continuamente, por el deseo de aprovechar lo que nos realza, y que es nuestra capacidad de servir a las personas, de ayudarnos y de reencontrarnos mutuamente. No perdamos la oportunidad de salvar el mundo, de salvarnos a nosotros mismos.