Los ciudadanos perplejos, para las elecciones del 2022, nos enteramos a diario de nuevas candidaturas presidenciales dentro de una extraña operación sin antecedentes en la historia política de Colombia, todas aspiraciones vinculadas a obtener representación en las corporaciones públicas con relativa vocación de poder y clientelismo en la izquierda, el centro y la derecha.
Minorías hay muchas y dispersas, el proceso tiende a la proliferación de compartimentos estanco, los personalismos superan la construcción de programas de gobierno y de exposición de ideas, para los nominados y su círculo de amigos lo urgente es conseguir la acreditación de inscripciones o la recolección de firmas que les permita meterse en la primera vuelta.
Los partidos de masas son cosa del pasado, los jóvenes entre veinte y treinta años tienen más fe en los algoritmos que en los políticos, un gobierno basado en inteligencia artificial sería, según ellos, en mayor grado confiable que los hoy dirigidos por humanos, si nos atenemos al resultado del estudio publicado por el Foro Económico Mundial y en nuestro país, máxime con la supresión de las clases de historia en el bachillerato, la nueva generación ha perdido cualquier vínculo con el conservatismo y el liberalismo, con movimientos que formaron parte de la confrontación política, desconocen lo acaecido en los siglos XIX y XX, no saben que hubo una guerra de mil días que devastó a la patria, ni quienes han sido los recientes presidentes de la República, en qué consistió el Frente Nacional, inclusive los nombres de Jorge Eliecer Gaitán y Luis Carlos Galán nada les dicen.
Sin embargo, la conformación de un gobierno depende en primer término de cómo haya sido elegido y se constaten mayorías, importante no desperdigar candidaturas sino tratar con sentido común de unificar fuerzas alrededor de nombres intérpretes de las aspiraciones ciudadanas. El enemigo más temible de la democracia es la demagogia y ella crece con el número insólito de aspirantes a la primera magistratura así algunos ostenten méritos independientemente de su mínima ascendencia electoral.
Los colombianos están en desacuerdo con la protesta caótica y el vandalismo de la primera línea, condenan el terrorismo y anhelan la paz, creen en la convivencia pacífica, no comprenden la embestida contra los empresarios fuente trabajo y recuerdan a algunos sindicalistas equivocados que sin empresas no hay sindicatos, respetan la vigencia de los derechos humanos y se muestran angustiados por las violaciones de estos provenientes de sectores armados subversivos y en ciertos casos de funcionarios del propio Estado, anhelan educación, salud y menos desequilibrios e injusticias, todavía les queda algo de esperanza.
Por lo pronto se vislumbra un naufragio político que podemos evitar si no queremos incrementar males, violencia y corrupción, cohesionando un gran acuerdo que despeje la incertidumbre y permita el triunfo nítido en las urnas de la civilización encarnado en un compatriota capaz, digno, y en el equipo que la Nación demanda. El tema forma parte del futuro, la mejor manera de predecirlo bien es creándolo.