Seguimos pensando en lo que se dio durante los días en que el Papa Francisco estuvo en Colombia. Un país que estaba como a la sombra se asomó, con fuerza de huracán tropical. Se dejó ver, en primer lugar, una población católica hasta los tuétanos. Las multitudes que rodearon desde el amanecer hasta el anochecer al sumo pontífice seguramente son bautizadas en la Iglesia que se juntaron como nunca antes lo habían hecho, quizás por falta de ocasiones tan importantes como esta. El fenómeno es interesante pues revela varias cosas. Como lo escribió un columnista de este diario en días pasados, este país de laico no tiene nada, al menos como lo entienden algunos de los que estudian y trabajan arriba de la carrera séptima de Bogotá. Hay una matriz católica todavía muy profunda y aunque no sea perfecta, es una realidad que nadie debería desconocer, ni siquiera para escribir artículos o hacer leyes.
Asomó un país repleto de víctimas en todo sentido. Tal vez algunos hubieran querido una visita solo de momentos floridos y risueños. Pero las heridas de la nación son profundas. De entrada, el papa se encontró con mutilados, heridos, personas en sillas de rueda y luego con niños vulnerables, con gentes de comunas empobrecidas, con habitantes de la calle, etc. La aparición en escena, masivamente, de esta población, es sobre todo un llamado para pensar en todo el trabajo que está por hacer para restaurar la condición humana en amplios sectores de la sociedad colombiana. Pero también de las causas que están por ser combatidas para que no se siga poniendo a tantas personas en situaciones tan dolorosas que quizás nunca encontrarán del todo la razón de ser de sus vidas y de su sufriente condición.
Asomó, sin embargo, la alegría, la que en muchas ocasiones se identifica con el encuentro con Dios, según escribía C.S.Lewis. ¡Cómo se desbordó el país ante este hombre de Dios y de los nuestros! Es como si bajo la delgada piel de nuestras humanidades existiera una tremenda presión que estaba por reventarse, pero que requería del artesano sabio que supiera hacerla salir con rumbo celestial. Y eso fue lo que sucedió. Fue una alegría sin límites, natural, espontánea, ordenada, acariciadora, sedienta de Dios y de verdad. Y en las reuniones litúrgicas, asomó una alegría religiosa impresionante, amén de una capacidad organizativa del clero, de la cual hace tiempo no teníamos noticia. ¡Enhorabuena! Cada eucaristía celebrada resultó ser una mana de fuerza espiritual con músicas preciosas, finas, bien puestas, que nos maravillaron a propios y extraños.
En síntesis, el Papa Francisco, la fe religiosa católica, hicieron asomar a un país que ojalá no se deje tapar ni ocultar por los Ñoños, los infinitos cultivos de coca, por la corrupción en metástasis, por el pesimismo, por los miedos venidos del vecindario. Existe el sol, es la conclusión luego de cinco días del huracán Francisco.