En el marco de la conmemoración de ocho años de la firma del acuerdo con un sector de las Farc, el expresidente Juan Manuel Santos reapareció, al mejor estilo de Gustavo Petro, disparando ráfagas verbales contra sus habituales adversarios políticos. Santos y Petro, sin lugar a dudas, comparten múltiples similitudes, comenzando por haber convertido el anhelo de paz de los colombianos en una bandera electoral. Para ambos, la paz no es un objetivo de política pública, sino un instrumento político.
Las alianzas políticas no siempre se formalizan desde una tarima o ante la autoridad electoral para figurar en un tarjetón. Estas también pueden ser tácitas y evidentes cuando se articulan en propósitos que persiguen fines comunes, aunque sus protagonistas nieguen públicamente su existencia. Por eso, no es descabellado que ciertos sectores afirmen que el ‘Petro-Santismo’ es una realidad.
Desde el inicio del gobierno Petro, alfiles del Santismo han ocupado posiciones estratégicas. Ministerios y embajadas se han convertido en refugios para figuras cercanas al Expresidente. Alfonso Prada, reconocido santista, fue jefe de debate de la campaña Petro y su primer ministro del Interior, aunque su gestión fue gris, ante el Congreso tenía legitimidad para buscar apoyos. Hoy, Prada disfruta de su recompensa como embajador en París.
Roy Barreras, hábil torero político de múltiples plazas, fue pieza clave en la estrategia de “correr la línea ética” durante la campaña. Este maestro del maquiavelismo moderno, con raíces en el Vargasllerismo y el Uribismo, pero forjado en las aulas del Santismo, se convirtió en un operador político de peso en el gobierno de Petro. Aunque permanece en Colombia, disfruta de los privilegios de la embajada en Londres.
El canciller Luis Gilberto Murillo, exministro de Santos, se erige como uno de los más leales cortesanos de Petro. Desde su rol, desempeña una función esencial en la agenda internacional, particularmente en mantener relaciones estrechas -y, en ocasiones, secretas- con el régimen venezolano.
Entre los bastiones más representativos del Santismo se destaca Juan Fernando Cristo, nuevamente ministro del Interior, quien en su momento implementó la fatídica figura del ‘fast track’ en el Congreso para que Santos pudiera sacar adelante, de manera exprés, la agenda legislativa derivada del pacto con las Farc. Hoy, Cristo despliega su destreza política en el gobierno Petro, consolidando su influencia.
Otras fichas Santistas también han encontrado su lugar en el actual gobierno. Mauricio Lizcano -exuribista-, se encarga de alimentar a la bancada del partido de La U -fundado por Santos y sobre el cual aún ejerce poder-, y Guillermo Rivera, exministro de Santos, quien opera desde la embajada en Brasil.
Y no podría faltar Armando Benedetti, un político que transitó del Uribismo al sanedrín de Santos y, luego, al de Petro con sorprendente destreza y cercanía. A pesar de los esfuerzos del mandatario actual por mantenerlo lejos, Benedetti se ha convertido en su dolor de cabeza, protegido por delicados secretos que le otorgan capacidad de maniobra. Tras ocupar dos embajadas, regresó y se instaló en la Casa de Nariño, donde permanecerá hasta que él, o la justicia, así lo determinen.
Las evidencias son claras: el ‘Petro-Santismo’ no solo existe, sino que parece consolidarse como una fuerza política con proyección. No sería extraño que, en 2026, Petro impulse un candidato Santista como Cristo, Murillo o incluso Roy Barreras, reafirmando así esta peculiar alianza que encontró su punto de convergencia en el poder.
@ernestomaciast