Ojo por ojo le ha dicho el planeta a todo el mundo. Quién lo creyera. Esos millones de habitantes que durante tanto tiempo venían asfixiándolo, buscan afanosamente la pastilla que derrote al Covid-19.
Durante años se han burlado de los estudiosos, que prevén las catástrofes contra la tierra que habitamos, pisoteamos y agredimos. Arrogantes gobernantes, usurpadores de la riqueza a compartir equitativamente y arúspices e iluminados, no cesan en su empeño de hurgar el más recóndito espacio para ubicar y conducir a sus congéneres a pisotear, destruir el globo.
La belleza, las comodidades, la fraternidad, la convivencia, la felicidad y la vida fueron exprimidas por quienes lo querían todo, a cambio de nada. Convierten los bosques en desiertos, los ríos en cloacas. Fauna y flora, se marchitan. La fetidez domina el ambiente, el aire escasea y el mundo se calienta. El hombre se vale de su ingenio, pero no para cesar en su acción destructora, sino para tratar a escapar a la destrucción. Compra aire, acondicionado, agua, artificialmente potabilizada, comodidades artificiales y general cosas modificadas.
El ambiente se envilece por la acción del hombre. Los elementos vitales para la existencia humana se agotan. Por las ciudades y zonas industriales avanzan como fantasmas unos habitantes con las caras cubiertas y la piel embadurnada de pomadas. Los páramos se derriten y las fuentes de agua se agotan.
En países como el nuestro y como Brasil, aparecen supuestos ¨creadores de riqueza¨, que gozan con las fogatas alimentadas con lo poco que nos queda. Incendian grandes extensiones de selva virgen, para formar potreros que llenan de vacunos que surtirán los nuevos mercados de carne de Rusia y China. No solo son depredadores se nuestra naturaleza, sino que malogran y contaminan el aire de ciudades, como ocurre ahora con el oxígeno de Bogotá.
El hacha, la mano del hombre y el débil cerebro humano dañan lo que tocan.
Aparecen entonces las plagas, los virus y las pandemias que, como esta vez, acicateados y fortalecidos por las redes sociales, ocupan la inteligencia de nuestros científicos, para salvar a grupos humanos que quieren sobrevivir para invadir La Tierra y repetir la tarea de los invasores salientes.
El mundo era un territorio cristalino, poblado por primitivos humanistas natos, amantes de la paz y la convivencia, gente amigable que, por azares de congéneres como los actuales, crearon el odio, la guerra, la destrucción y las plagas.
El propio planeta les fue poniendo pruebas: guerras, conflictos, cataclismos, abismos, desastres naturales. Ahora quiso respirar y busca un poco de aire contaminado para compartirlo con el hombre. Pero llegó coronavirus, que al igual que sus antecesores gérmenes, quiere recuperar lo perdido. No se requieren cuarentenas, sino racionalidad y equidad. No podemos paralizarnos.
En esa batalla estamos. La guerra está en el aire. ¡El planeta quiere respirar!
BLANCO: Nuestros empresarios han respondido en esta emergencia. Sarmiento se lució con sus $80 mil millones.
NEGRO: A los colombianos varados en el exterior por falta de vuelos ¿quién podrá defenderlos?