La estigmatización y el desprestigio del adversario son un recurso fácil en la confrontación política, cuando desborda el ámbito de las ideas y cae a los círculos infernales del poder al servicio de protervos intereses. No en vano, Maquiavelo le aconsejaba al príncipe que nunca intentará ganar por la fuerza lo que pudiera lograr por la mentira.
Escribiendo estas líneas me entero de que la Corte Suprema, tras negar la nulidad de la investigación contra Álvaro Uribe por la profusión de pruebas viciadas -interceptaciones “por error”, audios manipulados y testigos que se desdicen- lo llamó formalmente a indagatoria, un caso emblemático de “la narrativa”, entendida como la reinterpretación de la realidad a través del prisma distorsionado de intereses mezquinos, con la efectividad que anotaba el florentino cuando es utilizada como arma política.
Las acusaciones contra Uribe, muchas y de vieja data, desde todos los sectores del espectro político, surgen de la narrativa que sus adversarios han construido alrededor de sus ejecutorias, sus planteamientos y su realidad misma. Como ejemplos: Seguridad Democrática = guerrerista; ganadero = terrateniente y paramilitar; Ley de Justicia y Paz = favorecimiento paramilitar.
Muchas de esas narrativas han derivado en causas judiciales por cuenta de enemigos de oficio, como la izquierda; de adversarios políticos, como el “santismo”, y de columnistas sesgados, cegados y obsesivos, como…
Es la receta aplicada a ministros y funcionarios del gobierno Uribe, y a miembros del Centro Democrático: narrativa que se lleva a causa judicial; causa que llega a condena y, por ese camino, a verdad judicial; verdad judicial que se convierte en historia oficial. Empezamos en narrativas estigmatizantes; terminamos en “la historia”, irrebatible, incontrovertible.
Las negociaciones de Santos con las Farc incorporaron elementos para que su narrativa se convirtiera también en historia oficial. Todavía me pregunto por la verdad que pueda contar la Comisión, o por la historia que se escriba a partir de la verdad judicial de la JEP, frente a la realidad de criminalidad y violencia de las Farc.
Quienes fuimos reseñados como “enemigos de la paz”, nos atrevimos a disentir y defendimos el NO, además de persecución institucional, como el caso de Fedegán, y de la persecución judicial, hemos sido objeto de difamación a través de la narrativa estigmatizante, ensañada contra el CD con dos objetivos: bloquear la gobernabilidad de Duque y tender cortinas de humo frente a la corrupción que hoy escandaliza al país.
Es una estrategia persistente, apuntalada por Santos y sus alfiles con particular intensidad en los últimos meses. El 10 de agosto, en El País de Madrid, Santos, el estigmatizador de medio país, afirma con cinismo que “Asesinar la reputación y la credibilidad de sus enemigos ha sido una táctica de la extrema derecha”.
Tres días después, el mismo diario publica otro artículo que califica al uribismo como “una minoría radical que amenaza las instituciones y la democracia misma en el país suramericano”.
En febrero, De la Calle, lanza “Revelaciones al final de una guerra”, y en marzo, Santos compila su narrativa en “La batalla por la paz”. En junio, León Valencia la emprende contra Duque y el CD en “El regreso del uribismo”; y en agosto, Cristo y Rivera atacan con “Disparos a la paz”, con evidente intención detractora.
Se sigue construyendo una narrativa contra el Centro Democrático, que debemos contrarrestar mediante un ejercicio asertivo que difunda nuestros principios y posiciones frente a la realidad nacional, y denuncie los atropellos contra el CD y sus miembros.
Es nuestra responsabilidad con el futuro, para que las falsas narrativas no se conviertan en “la historia”.
@jflafaurie