“¿Ya dimos un primer paso frente a los llamados del Papa?”
Hace una semana viajó a Roma el papa Francisco y, así como se ha hablado de la implementación de los acuerdos en el posconflicto, debemos pensar en la implementación del mensaje pos-Francisco. ¿Qué se ha hecho en una semana? ¿En qué han cambiado las cosas a pesar del entusiasmo? ¿Se han pronunciado los directorios de los partidos políticos acerca del mensaje anticorrupción? ¿Los candidatos presidenciales incluirán algunas de las recomendaciones en sus plataformas políticas? ¿Cuál es la razón para que algún partido utilice los testimonios de sacerdotes para impulsar su proyecto político? ¿Qué hacían seguidores de un precandidato recolectando firmas en medio de las misas para apoyar una candidatura? Esas son sólo algunas de las muchas preguntas que la gente normal, católicos, cristianos, ateos, agnósticos e indiferentes me hacen luego de las 99 horas de la visita más importante de los últimos tiempos a nuestro país, pidiéndose convocar en Bogotá varios millones de personas con el propósito de agradecer su presencia entre nosotros.
Francisco vio y palpó las heridas de la humanidad: el campesino amenazado y su tierra devastada; el trabajador excluido, el indígena oprimido; la familia sin techo y marginada; el inmigrante perseguido (especialmente los venezolanos); el joven desempleado; el niño explotado; la niña violada y prostituida; el anciano relegado y descartado; la madre que presenció la muerte de sus hijos y que sin embargo auxilió, sin saberlo, a los victimarios de su familia; la mujer que acoge a los vecinos dándoles de comer; etc.
Vio también la Cartagena del “lujo inmoral”, como lo expresó en su viaje de regreso; palpó la exuberancia de la Orinoquía y la Amazonia en Villavicencio; apreció la Bogotá cosmopolita e inclusiva; desde Las Palmas pudo sentir cómo el calentamiento global afecta a Medellín.
Habló del Evangelio, citó tres veces en dos discursos a García Márquez, una vez la canción Minas Piedras de Juanes; cinco veces a san Pedro Claver, una a Santa Bernarda Butler y al beato marianito, junto con los mártires de Armero y Arauca; no dejó de lado a su madre, a María de Colombia, a Nuestra Señora de Aparecida, a la Virgen de Guadalupe, a la de Guajaraija, a la de la Candelaria, con ese amor de hijo, que representa, como vicario de Cristo al hijo de esa mujer, que como América Latina, tiene el rostro moreno y mestizo.
Invitó a los obispos a ser el brazo, el amigo de la Amazonía, a tener sensibilidad por los afrodescendientes, a aprender de los indígenas sobre la sacralidad de la vida y el respeto por la naturaleza y, entre otros a que saquen ese diablo del bolsillo para vivir, junto con los sacerdotes, los consagrados y los laicos la vocación sin engaño, sin doblez, sin opciones mezquinas, sin quererse nutrir de honores o por impulsos de promoción social con la motivación de “subir de categoría”, apegándose a intereses materiales que llegan a la torpeza del afán de lucro.
Francisco habló de perdón, corrección, compromiso y unidad, ¿ya dimos ese paso?
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