El sistema carcelario colombiano | El Nuevo Siglo
Jueves, 19 de Enero de 2017

Cesare Bonesana, Marqués de Beccaria, nacido en Milán, 15 de marzo de 1738,  literato, filósofo, jurista y economista. Animado por Alessandro Verri, protector de los encarcelados, se interesó por la situación de la justicia y de las cárceles de su época. Para sus estudios visitó las cárceles y se hizo pasar por preso.  Luego denunció los más graves atropellos contra los derechos humanos que se cometían en las reclusiones. Gracias a sus denuncias y las duras críticas sobre la crueldad con que se trataba al prisionero, la sociedad europea llegó a la conclusión de que la pena que se impone al condenado, no solamente debe ser aflictiva y sancionatoria, sino que también debe ser reconstructiva y resocializadora.

Señala en su tratado de los delitos y las penas: el propósito de la pena no es causar daño, sino impedir al delincuente la comisión de nuevos delitos y disuadir a los demás ciudadanos de hacerlo; lo que más desgana a los ciudadanos de violar la ley no es la exagerada gravedad de la pena, sino la inexorabilidad de la justicia; no se debe aplicar castigos inhumanos, no debe haber tortura. Las penas deben ser proporcionales a la gravedad de los delitos. Si todas las penas son igual de rigurosas, el delincuente cometerá siempre el delito mayor.

Si el  Sr. Beccaria visitase  hoy la cárcel del Pedregal en Medellín, por mencionar cualquiera de los centros de reclusión colombianos, llegaría a la conclusión de que el infierno que describe Dante en la Divina Comedia, es en realidad un paraíso comparado con este antro de reclusión, donde se violan los más elementales derechos humanos.

En primer problema,  el hacinamiento; es  una cárcel  construida hace 10 años para 1.150 reclusos y tiene hoy 2.232.  Algunos patios  con capacidad de  100 personas tienen 400, con seis baños solamente.  Los presos tienen ‘pico y placa’ para dormir.   Mientras unos duermen, otros esperan de pie su turno.  Otros duermen en baños, pasillos, hacen hamacas con cobijas o duermen en el piso. Además, solo hay 35 guardias en todo el penal, setenta presos por carcelero. Si hay trifulca no pueden actuar la autoridad.

En cuanto a la seguridad, el hampa es quién gobierna la cárcel. Riñas con machete que nadie explica como lo ingresan al penal.  No hay programas de resocialización, tampoco  servicios médicos, ni suministro de medicamentos, no  se realizan exámenes médicos. Las plagas se apoderaron del penal, al punto que no se pueden matar las cucarachas, pues se cree que ayudan al control de otras plagas peores. Quién mate una cucaracha es apaleado.  Las condiciones son infrahumanas, se  vive una tortura permanente, se violan los derechos fundamentales del ser humano, a la vida, a la dignidad, a la salud.   No puede haber reinserción en tales condiciones.

Informes de asociaciones de derechos humanos y de reportajes periodísticos dan fe de este infierno que llaman cárcel, que aterraría al mismo Márques de Beccaria. El Estado colombiano definitivamente fracaso en el manejo de la política carcelaria y del sistema penitenciario.  Es hora de pensar en un cambio radical.  A lo mejor un sistema de concesión privada dignifique este indignante  trato que se da a esta población de colombianos en desgracia.