Se requieren gentes de valor que perseveren, dispuestos a plantarle corazón a esta escalada de contrariedades que nos dejan sin aliento. Lo fundamental no son los éxitos, sino la disposición que pongamos en el auxilio de la realidad. Ante todo hay que hacer valer el respeto. No podemos desvirtuarlo todo. La acción política es necesaria, pero para estar al servicio de toda la humanidad, no para servirse de ella y trepar hacia posiciones de privilegios. También la justicia es ineludible para forjar relaciones pacíficas. De igual modo, los diversos Estados e Instituciones han de sumar efectivos para fortalecer la asistencia humanitaria, hoy tan precisa como inevitable. Resistir y aguantar en la negociación de cualquier conflicto, a mi juicio es esencial, sobre todo para evitar posibles errores. De ahí, la importancia y el mérito de los diálogos diplomáticos para reducir tantas tensiones sembradas en un mundo tan globalizado como el presente.
Ciertamente, lo que cuenta es el valor y la valía que injertemos, entre todos, para reducir las atrocidades que los seres humanos nos inventamos unos contra otros. Por ello, tenemos un lenguaje que todos comprendemos, y que no ha de ser otro que el del entusiasmo por el bien colectivo, sin otra fuerza que la legítima defensa y en defensa del mandato, para fortalecernos como ciudadanos de paz y servidores del orbe. Esa donación es vital, sobre todo en zonas como América Latina y el Caribe, donde se estima que el 30% de la población no tiene acceso a la atención de salud por motivos económicos y el 21% por barreras geográficas. La generosidad hay que ponerla en práctica, con todo el empeño que esto supone, máxime en un mundo en el que se fraguan tantas desigualdades y, para desgracia de la especie, no hay señales de que amainen las insuficiencias humanitarias.
Sin duda, es un gran reto en este mundo globalizado el hacerse valer y el poner en valor toda vida. Somos víctimas de un conflicto global de valores, en parte porque todo se falsea, hasta el mismo concepto de la tolerancia es un imposible, pues se continua persiguiendo a los que defienden la verdad. ¡Qué difícil la libertad de pensamiento o de culto o de convivencia! A veces, nos falta coraje para reencontrarnos con nosotros mismos. Tenemos que rechazar el lobo que llevamos dentro. Claro que se requiere valor por ello.
Tampoco podemos continuar siendo extraños, terribles y temibles, en un mundo global. Ha llegado el momento de activar la concordia. No conseguiremos liberarnos de los conflictos más que por medio del entendimiento. Estamos llamados a entendernos. Exigimos hallarnos. Fuera miedos. Fuera de nosotros la violencia. Hagámonos el propósito de ser conciliadores. ¡Reconciliémonos! Sabemos que no es fácil reconocer que todos somos responsables de este clima de incertidumbres y venganzas que nos asolan. Pero únicamente solo a partir de una decisión interna podemos tomar otra dirección más armónica, y despojarnos de tantas congojas que nos impiden hasta tomar el sueño. Por consiguiente, si el mundo se comprometió en Nairobi a acabar con la contaminación al cierre de la Asamblea de la ONU para el Medio Ambiente, donde se registraron casi 2.5 millones de promesas de gobiernos, sociedad civil, empresas e individuos que potencialmente mejorarán la vida de millones de personas en todo el astro, cumplamos entonces con el compromiso. ¿Qué nos demanda valor? Pues evidentemente.
Ojalá despertemos de nuestro egoísmo y nos pongamos a trabajar en la felicidad de nuestro análogo en el camino, con ello alcanzaremos nuestro propio bienestar. Llegado a este punto, yo siempre rememoro, lo que decía la inolvidable escritora chilena Gabriela Mistral (1889-1957):”Donde haya un árbol que plantar, plántalo tú. Donde haya un error que enmendar, enmiéndalo tú. Donde haya un esfuerzo que todos esquivan, hazlo tú. Sé tú el que aparta la piedra del camino”. Dicho queda, con todo el valor del ser y con la valía de sentirse humano. En consecuencia, por algo somos lo que somos: seres humanos o humanos seres.