Mimmo Cándito decía el pasado 10 de enero en ‘La Stampa’ que el 70 por ciento de los italianos son analfabetas porque leen y escuchan, pero no comprenden.
Dicho de otro modo, son analfabetos funcionales porque se desenvuelven aparentemente bien en la vida cotidiana pero están por debajo del mínimo que se requiere para comprender un texto medianamente complejo.
No se trata solo de que el 5 por ciento de la población permanezca en pleno siglo XXI como analfabeta estructural, o sea, incapaz de descifrar letras o cifras.
Se trata de algo mucho más delicado: han perdido la función de comprender y, lo que es peor aún, ni siquiera lo perciben.
Si esto es así, se puede suponer que el analfabetismo funcional ha invadido ya todos los niveles de la sociedad y que no está confinado solamente a un grupo o a un sector social específico.
Como una verdadera invasión enmascarada, los funcionales podrían estar operando fácilmente en la política, la ingeniería y la mismísima academia.
¿Quién toma, realmente, las decisiones más delicadas en empresas y parlamentos, quirófanos, planes de vuelo y edificaciones?
De hecho, el Instituto de Estadística refuerza estas reflexiones al registrar que casi el 40 por ciento de la población no cuenta con un título o que el 18 por ciento de la gente no abrió un libro el año pasado, ni un diario, ni fue al cine, ni a teatro, ni a un concierto.
No en vano, 600 profesores universitarios han dado a conocer una carta, dirigida también a la clase política, en la que destacan cómo ese analfabetismo funcional prolifera hoy en las aulas, a tal punto que las carencias en gramática, léxico y sintaxis de los graduandos constituyen una auténtica “tragedia nacional”.
Por supuesto, sobra comentar que no se trata de un problema exclusivamente italiano. El fenómeno se agrava en la medida en que cada vez se propaga más el uso de los emoticones, creando así un fenómeno al que bien podríamos llamar ‘emotico-alfabetismo’.
Irónicamente, sarcásticamente, la situación es tan delicada que ante el surgimiento cotidiano de más y más emoticones en WhatsApp, los funcionales ya ni siquiera los conocen todos y tan solo se limitan al uso de unos cuantos.
Lo que habría que preguntarse, en todo caso, es cuántos de los políticos destinatarios de la carta habrán comprendido el plan que ellos presentan para superar semejante tragedia, semejante debacle.