Somos el presente, lo que conlleva cargar con el ahora que es lo que importa, para poder acercarnos y profundizar en el autoanálisis. Lo prioritario es derribar muros, encauzarnos juntos, ofrecernos la oportunidad de acrecentar los vínculos y de sentirnos familia en un mundo globalizado. No importan las diferencias, son necesarios los pulsos para armonizar cultivos y concertar acordes saludables, que aminoren el sufrimiento. Sabemos que la batalla no es fácil, pero tampoco imposible. Pongámonos en acción conjunta. Frente a las ofertas individualistas y deshumanizadoras, sembremos miradas libres que brotan del espíritu y pasemos página reconciliándonos. Hemos venido a trabajar por la reconstrucción de un espacio vivo que nos aglutine. No tienen sentido, pues, esos planes destructivos que elaboran grupos de poder político o económico.
Lo fundamental es que nos preparemos para servirnos más y mejor. Todo lo contrario a lo que en este preciso instante se vocifera. Deberíamos repensar sobre el amor verdadero, ese por el que uno deja de ser para sí y es únicamente para los demás. Nos ejercitaríamos a compartir gozos y tristezas hondamente, a derramar lágrimas ante el dolor ajeno y a verter alegrías ante la placidez de un ser. Lo significativo es abrazarse internamente y sentir los latidos del otro, dentro de sí, como expresión de autonomía. Es cuestión de comprenderse y entenderse.
Realmente, toda la vida es un vaivén de situaciones diversas, ¿por qué hemos de sobrecogernos? Nuestra misión es el discernimiento, pero también la lucha, con sentido comunitario, en favor de un mundo reencontrado y más equitativo. Justo, en este instante, nuestra mayor batalla ha de ser cuidar las raíces, porque ellas son ese punto especial que nos activa el interior, mediante un espíritu conciliador que nos compromete a extender la mano y nos permite desarrollarnos y responder a los nuevos desafíos, con la esperanza puesta en solidarizarnos como familia humana. Esta es la clave, porque de las fuentes fusionadas siempre germina la ilusión del valor y de las acciones valientes surgen los horizontes, en íntimo despliegue con el entorno natural que siempre nos abre paso al sueño de la innovación.
Renovarse o morir, dice el dicho popular. Así es. Todos tenemos nuestro propio aliento para convenir. Siempre es más valiosa la consideración hacia alguien que la admiración del pedestal. Tampoco hay que desfallecer por nada, hay que pelear por ese espacio de vida actual que a todos nos corresponde fortalecer y universalizar. Al fin y al cabo, todo depende de nuestros comportamientos personales. De ahí, lo significativo que es tender puentes para volvernos piña. Es nuestra asignatura pendiente como humanidad. Quizás tengamos que vernos desde otra perspectiva más certera y clemente.
Emprender el ahora, tras contemplar después de tantos años en la gruta de Belén la estrella del verso y la palabra, es fundamento de gozo. Todo esto nos impulsa a liberarnos de ese oleaje de esclavitudes que nos ahogan y separan. Hemos destronado tantas fuerzas internas, que apenas quedan soportes de continuidad. Por ejemplo, la capacidad de amar y de enseñar a amar se ha debilitado tanto en la familia, que apenas sentimos nuestras propias pulsaciones. Esta carencia nos priva, y sobre todo a las nuevas generaciones, de sentirnos queridos. Asimismo, la vida humana, también la hemos convertido en un autentico virus enfermizo, que nos deja sin vínculos ni entrañas. Sin duda, no hay mejor avance que la unidad, con el consabido respeto a toda existencia. ¡Tomémoslo como propósito para 2022!
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