Quizás tengamos que retornar al niño que todos llevamos dentro para poder disfrutar de ese espíritu de belleza, de bien y de verdad, transformándonos en un comportamiento, tan afectivo como efectivo; pues todos los deseos que siembran positividad, nos alientan a ese gozo de mansedumbre, de benevolencia, de bondad en suma. No hay mayor alegría que la de sentirse querido y la de poder amar. Pongamos, pues, voluntad en activar ese cambio de mentalidad, que conlleva corregirse por amor; si en verdad queremos propiciar otros deseos más vivos, más adheridos a la ternura, más de protección y consuelo hacia nuestro linaje.
Son tantas las maldades vertidas, que conviene reafirmarse en el buen deseo de vivir. Ante la triste realidad que nos circunda, me emociona ver a los líderes de la ONU y de la Iglesia Católica, reunirse en el Vaticano, para hacer una llamada mundial conjunta a la lucha contra el cambio climático, poniendo más confianza en el multilateralismo y menos indiferencia frente a la inmoralidad y la pobreza. Ojalá nos muevan los corazones, y en medio de tiempos tan turbulentos y difíciles, se impulse la unidad entre todos los moradores. Ciertamente, hay mucha soledad en el mundo y cuantioso sufrimiento, en parte causado por nuestras absurdas divisiones. Nunca es tarde, por tanto, para establecer vínculos reconciliadores, hacer familia, promover el entendimiento mutuo y combatir las bochornosas cadenas del odio. Es cuestión de querer, de ponerse en acción, de comprender y de entendernos desde el respeto y la escucha al otro. Con razón se dice, y también se comenta, que las actitudes siempre son más vitales que aquellas otras aptitudes o habilidades, por muy talentosas que sean.
Por eso, tras mi arqueo vivencial, unido al buen deseo de sumar experiencias entre personas de diversas creencias y culturas, no puede ser otro que la acogida. La humanidad, en su conjunto, ha de humanizarse y hacerse tronco. En consecuencia, dejemos aún lado la frialdad de tantos intereses dominadores y, pongamos en nuestro camino de una vez por todas, un espíritu de concordia que nos fraternice para vivir armónicamente. La necedad de ciertas políticas, favorecidas por gobiernos que en lugar de consensuar enfrentan a la ciudadanía, es una lacra social que hemos de enmendar. Tal vez tengamos que aprender la lección de saber pasar de la lucha, sin estética alguna, a la ética de las responsabilidades. Por desgracia, hay muchos gobernantes y demasiados líderes sin corazón alguno, que no saben lo que es servir por amor, pretendiendo gobernar el mundo a su antojo, aunque fragmenten la unidad del pueblo. Consideren que el número de bandoleros no autoriza el quebrantamiento.
Sea como fuere, requerimos de otros talantes más apacibles. Sin duda, nuestra gran asignatura pendiente es traer a la vida otros estímulos más genuinos y solidarios, otras tácticas más aglutinadoras respetando todas las diversidades, poniendo especial énfasis en el valor moral de un acto y su fin último, que ha de ser el de reconducirnos a esa convivencia social.