El “Caracazo” fue la respuesta del pueblo venezolano al paquete económico que el Fondo Monetario Internacional le impuso al presidente Carlos Andrés Pérez, en 1989. Las protestas masivas, infiltradas por francotiradores, se extendieron a todo el país y se habló, entonces, de miles de muertos. Ese escenario preparó la llegada al poder, años más tarde, de Hugo Chávez. Se está ejecutando el mismo libreto en Ecuador y en Chile, especialmente. Y fue el mismo factor el desencadenante de las manifestaciones ciudadanas: El Fondo Monetario Internacional, cuyas políticas restrictivas desestabilizan las democracias. Olvidan pronto y no aprenden nunca. El día que Macri, en Argentina, anunció el crédito de 50.000 millones de dólares otorgado por el F.M.I. perdió las elecciones.
La angustia ciudadana, acumulada por décadas, más la insensibilidad neoliberal y la ignorancia de la historia reciente, han dado lugar al fenómeno popular de estos días que va mucho más allá de las discrepancias entre izquierda y derecha y sobrepasa a los partidos. La incapacidad para asimilar la situación es manifiesta y la institucionalidad parece peligrosamente desfasada.
Un taxista bogotano me decía el miércoles pasado que tanto los altos funcionarios como los candidatos a sucederlos anuncian grandes obras y presentan cifras tras cifras que no le dicen nada a las clases populares. Es una buena síntesis de las declaraciones de los principales actores del poder. Hoy hay una ciudadanía más informada que no encuentra respuesta a sus carencias. Politólogos y analistas consideran que los peligros para la democracia occidental se centran en las arbitrariedades de Trump o en los retos al Parlamento del primer ministro británico. Es un diagnóstico superficial y equivocado, muy propio de la élite intelectual. El creciente descrédito del sistema democrático surge desde lo más profundo de la historia de nuestros pueblos debido a que, sólo en la arena, después de haber derrotado al totalitarismo socialista, no ha sido capaz de resolver los problemas de la sociedad contemporánea. Ni la crisis climática, ni las migraciones, ni la exorbitante acumulación de capital, ni el hambre, ni la pobreza, ni la desigualdad, que son tragedias diarias, han sido encaradas con responsabilidad y eficacia. Apenas son temas que entran en el juego insensato de los poderosos del mundo.
Para colmo, lo único que se le ocurre, en décadas, al F.M.I. y a los gobernantes medrosos es poner al pueblo a pagar las crisis. ¿O qué otra cosa es el aumento de las tarifas del transporte público, de los precios de los combustibles o del impuesto a las ventas?
Curiosamente, mi interlocutor bogotano coincide con los nuevos ganadores del Premio Nobel de Economía, Duflo, Banerjee y Kremer, quienes “han introducido un nuevo enfoque para obtener respuestas válidas sobre la mejor manera de luchar contra la pobreza general”. En el caso colombiano los pequeños proyectos productivos, financiados con micro-créditos sostenidos, pueden ser un camino para enfrentar la incertidumbre colectiva. Si el Estado Democrático, como un todo, la Presidencia de la República, los ministerios, los institutos, las gobernaciones, las alcaldías mayores y zonales, los corregimientos, con y en el mundo rural disperso, se disponen a cumplir como objetivo económico–social principal el desarrollo de pequeños proyectos productivos, se formaría un enjambre de ciudadanos laboriosos trabajando por su propio bienestar y se empezaría a derrotar el creciente desempleo.
Estaríamos en el umbral de una nueva economía.
P.S. Los 100 años del nacimiento de su ilustre fundador, Rodrigo Noguera Laborde, fue conmemorado por la Universidad Sergio Arboleda con austera majestad. La presencia del Presidente de la República, Iván Duque, enalteció el evento y sus palabras fueron el reconocimiento a que la Universidad Sergio Arboleda se ha constituido en un hito de la cultura nacional.