Comunica el señor Ministro de Salud que lo visita un cáncer y que está listo para dar la lucha. Naturalmente nos solidarizamos con este diligente servidor público, más cuando está al frente de un campo tan complejo como el de la salud de los colombianos y le corresponde lidiar con toda clase de situaciones, problemas, intereses, incomprensiones. Estoy seguro de que hacerse parte de un Estado en esta ingobernable nación debe ser la mejor manera de enfermarse y de lo cual pueden dar testimonio el Presidente de la República, su ex vicepresidente, el ministro de transporte y quién sabe cuántos más empleados del Gobierno van por el mismo sendero. En realidad, Colombia es un país que enferma el cuerpo y el alma.
Pero no quisiéramos abandonar a nadie enfermo, aunque estemos en orillas opuestas en el orden de algunas ideas y valores. Como tampoco quisiéramos que quien padece una dolencia grave cierre radicalmente las puertas de su alma a la posibilidad de ver nuevas luces en su vida. Se ve que el señor Ministro es un hombre sensato, pues afirma su confianza a la vez que escepticismo ante las posibilidades que ofrece la ciencia ante estas situaciones de enfermedad. ¿Por qué, entonces, no aprovechar esta circunstancia para reformular las preguntas sobre la grandeza de la vida a la vez que sobre sus limitaciones inherentes? ¿Por qué no mirar un poco más allá, puede ser en busca de curación, pero sobre todo en busca del sentido incluso de una situación que pone las fuerzas humanas al límite? No se trata de una especie de oportunismo espiritual o como se le quiera llamar, sino de leer con claridad los signos de la vida, sus momentos y llamadas, para despejar horizontes.
Es inevitable el que una enfermedad grave sitúe a la persona frente a las preguntas fundamentales de la vida. Son cuestiones que indagan por el sentido de la existencia, los vínculos afectivos, los proyectos de vida, los límites y el para qué se vive. Quienes profesamos una fe religiosa creemos que el horizonte es muchísimo más amplio que la corta vida terrenal y que “del más allá” llegan muchas respuestas imposibles de encontrar por estos lares. Simplemente quisiera invitar al Doctor Gaviria, Ministro de la Salud, a aprovechar la situación difícil que ahora afronta para explorar nuevas dimensiones de su ser que quizás le permitan recorrer esta etapa de su vida en mejores condiciones y siempre con esperanza. Por lo pronto, desde esta orilla, la de la fe, hemos añadido su nombre a nuestras oraciones, como lo hacemos con todos los enfermos para que Dios los cure, fortalezca y acompañe.