Una de las situaciones que más genera sufrimiento, como bien lo enseña el budismo, es el apego. Los seres humanos vivimos con apegos múltiples, que varían de persona a persona, pero que tienen efectos comunes como la frustración, la ansiedad y la obsesión. Estamos apegados a recuerdos del pasado, como lo pregona la tristemente célebre frase que nos dice que todo tiempo pasado fue mejor; vivimos apegados a personas que ya no están, a relaciones que ya terminaron, a objetos que ya no usamos, pero que no desechamos por si acaso los podemos llegar a necesitar; también tenemos apegos hacia ideas que hemos tenido desde hace años, pero que no nos funcionan o a ideales de futuro que no necesariamente van a suceder. El apego nos deja amarrados a pocas posibilidades. Se nos olvida que estamos en el universo de todas las posibilidades.
Por otra parte, también sabemos que como el pensamiento genera realidad, entre más enfocados estemos en lo que soñamos más probabilidades habrá de que eso que anhelamos ocurra. Sin embargo, corremos el riesgo de caer en una trampa muy atractiva y muy de moda, que nos empuja a creer que todo lo que nos propongamos lo podemos conseguir: esto nos lo vende la corriente rosa de positividad. Lo que no vemos es la letra pequeña, esa que viene en los contratos y que nos da pereza leer, pero en la cual aparecen las condiciones para que el contrato efectivamente pueda cumplirse: lo podemos conseguir, solo si corresponde. Estas últimas tres palabras son fundamentales. Si no corresponde, podemos pasarnos la vida entera tratando en vano de que suceda lo que no nos va a ocurrir, apegados a solo una idea, aferrados a la letra gigante del contrato y empecinados en no ver la menuda.
¿Cómo, entonces, combinar estos dos postulados de no tener apegos y sí tener enfoque para lograr lo que queremos? Tendríamos que reconocer primero si lo que queremos está alineado con lo que necesitamos y si en verdad nos corresponde. Tenemos herramientas para descubrirlo. Cuando sembramos una semilla necesitamos primero tener en cuenta algunas variables como la clase de planta, la temperatura, la luz, la humedad y el viento, entre otros condicionantes. No es cualquier semilla en cualquier lugar, así lo queramos con todas nuestras fuerzas. Pasa lo mismo con los proyectos, cualquiera sea su naturaleza: no se trata solo del proyecto que queramos, cuando lo queramos, así pensemos con extrema positividad y obsesión en el asunto, con absoluto enfoque. Muchas veces nos enfocamos en lo que no es.
Cuando verificamos la correspondencia de nuestros anhelos en la vida, el asunto no es de un mero capricho obsesivo, apegado, sino de proyectos con sentido vital. Lo primero es reconocer la letra pequeña del contrato, identificar si se cumplen las condiciones. Es a partir de allí, cuando ya enfocados en lo que sí es, sembramos, sembramos y sembramos, regamos, cuidamos, dejando que la vida actúe sabiamente, confiando en que alguna semilla, o varias, germinarán.