El pasado 20 de julio, luego de sus loas intencionadas al gran caribeño Almirante José Prudencio Padilla, el Presidente de la Republica, al instalar por primera vez las sesiones ordinarias de Congreso Nacional, se refirió a un acuerdo nacional, a un acuerdo social, para el que ”deben ceder” los mandarines del pasado y la sociedad toda. Se cuidó de no abrir las puertas a cambios en sus proyectos de reforma que cursan en las Cámaras Legislativas.
No se vislumbra, pues, la repetición de las discusiones sobre las propuestas gubernamentales que se dieron en el reciente pasado. Los voceros de los partidos no están dispuestos a que los oigan para que nada cambie ni el gobierno parece propiciar entendimiento alguno. El ministro del Interior notificó hablaremos con los partidos y con cada uno de los parlamentarios. El Presidente del Senado respondió en buen idioma que todas las iniciativas se estudiaran y modificaran para mejorarlas. Y no solo las del gobierno. Es que así funcionan los Congresos elegidos por el pueblo.
Ahora bien, el año de gobierno de Petro se ha analizado por politólogos, periodistas y observadores. El profesor Cepeda Ulloa, en este matutino, afirmo: “Grave error del gobierno fue despreciar una mayoría el Congreso”. Tocó, también, un punto álgido de la vida nacional: “una corrupción desaforada que no encuentra mecanismos para confrontarla”. Destaco esta última frase. Ahí, en esas palabras, está la radiografía del gran drama colombiano contemporáneo. La ciudadanía está consciente de ese cáncer letal pero no se sabe cómo tratarlo, como pararlo. ¿Qué hacer?
Ahora bien, los analistas del accionar del presidente Petro, resaltan una particularidad: nunca encuentra errores en sus decisiones, en su andar. Los cambios de altos funcionarios, por ejemplo, son porque la culpa del paso lento de su gobierno, los considera desertores de sus ideales.
A su vez, Carlos Lemoine, indica que la gente quiere que al Presidente le vaya bien. En un 82%, así lo manifiestan. Ojo, asimismo, lo culpan de lo mal que le ido al gobierno. Por la inseguridad generalizada que viven hoy los colombianos, culpan directamente al Presidente Petro. Es obvio, la paz total, es señalada de abrirle las puertas a los grupos violentos y de paralizar las Fuerzas Armadas y de Policía. Es que en semejante incertidumbre ver a Mancuso como gestor de paz no lo entiende nadie.
Mi aprecio por el buen juicio de Alejandro Gaviria se debilitó cuando abandonó la candidatura del Partido Liberal y se fue al Centro Político, en donde solo encontró rivales con tan pocos votos como los de él. Sin embargo, son notorios sus esfuerzos de imparcialidad en las observaciones sobre el Presidente Petro. En su reciente libro Explosión Controlada, la encrucijada del líder que prometió el cambio, muy comentada, por cierto, Gaviria parte de un diagnóstico: La pandemia reveló, en particular, dos problemas graves: la precariedad de las condiciones económicas de las clases medias urbanas y, los baches de nuestro Estado de bienestar incompleto”
Sin usar el término registra el fenómeno de las expectativas crecientes, ahora impulsadas por el bienestar fácil que promete el Presidente. Termina ese capítulo con una frase sentenciosa: “los políticos exitosos siempre encuentran su merecido castigo: les toca gobernar y, por lo tanto, defraudar”.
Sin espacio para más, resalto el esfuerzo de Gaviria para guiarse por su nobleza y no por sus resentimientos. Pero no puede ocultar la realidad que vivió por dentro del gobierno Petro. “La dimensión ejecutiva de la tarea de gobierno no está presente en el discurso del mandatario”
Coincido con Alejandro Gaviria, la retórica del desarrollo puede ahogar al desarrollo. Colombia tiene afán de proyectos concretos con objetivos factibles de alcanzar.
Finalmente preguntamos ¿imperará el conductor de izquierda en su lucha axial contra el Capital y el lucro o surgirá el demócrata moderno y transformador que logra acuerdos y consensos?