Algo va de la mermelada a la corrupción. De un tiempo para acá, la mermelada ha ido tomando una fuerza inusitada. En nuestro medio a todo lo que se quiere satanizar, se le “clava” el remoquete de confituras o conservas de frutas cocidas con azúcar. Con prebendas, favores, premios y canonjías, todos los Estados suelen premiar a los partidos políticos, a los dirigentes y a todos los que en una u otra forma los benefician, o se vuelven manejables, cómodos y fáciles.
El gobierno Santos se ha llevado todos los méritos en esas materias, desde que su ministro Juan Carlos Echeverri le dio ese calificativo a un reparto más equitativo de las regalías. Otros gobiernos -por ejemplo el de Uribe- repartían contratos, auxilios parlamentarios y muchas cositas más, para recompensar a los que se “manejaban bien” y no censuraban ministros.
Lo que ha sido una costumbre, se emplea hoy para desacreditar a quien convirtieron enemigo acérrimo de Uribe, desde el mismo momento en que ese 7 de agosto de 2010, le dijo a Colombia que era el Presidente de todos los colombianos, e hizo nombramientos sin consultar al “eterno”.
Desde entonces la mermelada se convirtió en la fruta prohibida. Se utiliza para desacreditar al gobierno Santos, y de paso, para ocultar la galopante corrupción, que pasa por los ojos amodorrados de los encargados de los controles. De ahí que en Colombia se tapen con mermelada la corrupción, los robos de los dineros del Estado, los sobornos, los premios a esos “amigos”, que votan amañadamente lo que el gobierno requiere. Eso no se ve, no se investiga y desde luego, no se castiga.
Esa es la diferencia entre mermelada y corrupción. La primera sirve como espejo retrovisor, la segunda para el tapen, tapen.
Así suelen ocurrir los actuales desarrollos políticos en Colombia. Se ve con asombro, como reviven la hegemonía, que había sido eliminada desde el Frente Nacional. Hoy, el gobierno Duque busca institucionalizarla de nuevo, a pesar del Servicio Civil, que le impone dique a Duque. Nadie que milite fuera del Centro Democrático puede aspirar a un puesto gubernamental y mucho menos a un contrato.
Los agazapados en el CD, impiden que se vislumbre un Acuerdo Nacional que remedie los problemas que invaden a Colombia por la hegemonía reinante.
Es tal la influencia que quieren tener dentro del gobierno, que se atreven a todo. Ante los últimos acontecimientos, José Obdulio Gaviria, como cualquier Goebbels, cuestionó y reprobó la divulgación de los actos del gobierno Duque. Y fue más allá: le pidió la renuncia al colega Álvaro García. Los mismos miembros del partido de Duque desconocen su autoridad. Quieren gobernar, nombrar y destituir. El Presidente debe hacerse sentir y notificarle a Gaviria y demás parlamentarios y parlamentarias, que él es el Jefe del Estado, viejo.
BLANCO: El plantón de Roy a Acore.
NEGRO: El gélido encuentro entre la vice Marta Lucía y la nueva canciller, Claudia Blum. Ramírez quería ese puesto.