Hay seres iluminados en este mundo, almas evolucionadas que encarnaron para prestar un servicio de guía a la humanidad. Ellos nos asisten de diversas maneras, bien sea con mensajes de transformación, el desarrollo de nuevos avances científicos con consciencia, propuestas artísticas de gran contenido espiritual o apoyo silencioso, lejos de los reflectores y escenarios. El resto de los mortales seguimos danzando con nuestras luces y nuestras sombras, en esa espiral dinámica que es la vida.
Estamos lejos, bastante, de ser perfectos; es más, si estamos habitando este planeta es porque decidimos participar de un experimento colectivo de aprendizaje en el cual el error no solo es posible sino deseable. Sí, nos equivocamos, a veces levemente y en otras ocasiones de cabo a rabo: cuando las sombras nos envuelven, nos lastimamos a nosotros mismos, herimos a otros y nos hacemos daño mutuamente. Y también tenemos momentos luminosos, en los que al vibrar en la frecuencia del amor somos capaces de entregarnos lo mejor y de construir maravillosas redes de cooperación y solidaridad.
Recuerdo un dicho que escuché hace años: todo el mundo quiere brillar, pero nadie quiere que lo pulan. Sí, estamos llamados a la luminosidad, la cual requiere pulimientos, moldeamientos, que llegan vestidos en forma de reproche, mentira, indiferencia e inclusive agresión y abuso. No digo con esto que esas acciones tengan justificación y que no se requieran otras de perdón y reparación. Lo que creo es que nadie vive nada que no le corresponda y que los seres humanos tenemos el poder de ponernos por encima de las circunstancias, por extremas y dolorosas que sean. Cada una de nuestras vivencias, las rotulemos de buenas o malas, encierra un propósito de aprendizaje que no siempre se ve a simple vista. Es necesario detenerse y observar para identificar ese regalo que puede venir empacado en una situación que no nos gusta. Esto es algo que podemos aprender, cuando estemos listos para ello. Si aún no sabemos sumar no podemos comprender qué es la multiplicación: todo a su tiempo.
Cada quien vive un momento existencial diferente, el suyo propio, el que necesita aquí y ahora. Pero en la vida, a diferencia del sistema educativo, no existe la promoción automática; solo evolucionamos en la medida en que integremos los aprendizajes que nos corresponde hacer en cada etapa del camino. Es por ello necesario que desarrollemos compasión ante el error, el propio y el ajeno, lo cual no quiere decir que no establezcamos límites ante situaciones dolorosas. Requerimos con urgencia ser autocompasivos -que no indulgentes con todo lo que hagamos y que cause daño-, misericordiosos con los demás y observadores antes que jueces. Es una tarea difícil, pues se nos ha enseñado que la justicia es igual a castigo, a exclusión sin aprendizaje, al triunfo de los “buenos” sobre los “malos”, sin reparar en que todos tenemos esas sombras y esas luces inherentes a la vida en este plano de consciencia. Hagamos todo lo posible por entregar nuestros dones, así no estemos iluminados.