Estamos hambrientos de quietud, confundidos a más no poder, mientras caminamos ansiosos en busca de seguridad, injertando en el cuerpo un sinfín de ansiedades que nos están dejando sin aliento. Deberíamos enterrar las armas del odio y proclamar la plegaria del entendimiento. Hay que desarmarse y armarse de comprensión para la comunión de pulsos. Esto es lo que urge: conciliar vocablos, reconciliar actitudes y hermanar posiciones de unión y unidad entre sí.
Por desgracia, nuestro endiosado mundo todo lo corrompe y pervierte, hasta las mismas relaciones se envenenan para impedir cualquier posible diálogo; con lo fácil que sería poner las entretelas a reencontrarse, para ganar confianza entre análogos y verter un espíritu solidario, que teja justicia y enhebre luz para disipar el aluvión de tinieblas que nos acorralan por doquier. Esto lo que nos muestra, es que aún no hemos aprendido a convivir; en parte, porque somos incapaces de educar para la convivencia, lo que nos exige una mayor conciencia de la justicia y cultivar mejor la honesta igualdad de oportunidades.
Reencontrados en un deseo que nos encamina a reconocernos como poetas en acción, siempre dispuestos desde la singularidad del andar de cada cual, a enramar ese poema celeste como instrumento de paz; nos toca avivar la palabra como luz y sonreír en la tristeza antes de que el desconsuelo nos trague la esperanza de desvivirnos por vivir. Mal que nos pese, hay que volver a lo auténtico, despojarse de tierra y vestirse de celeste poesía. De lo contrario, no lograremos nada, continuaremos ciegos, cometiendo crímenes en contiendas inútiles. La doliente realidad nos deja las pupilas resecas de contrariedades. La muestra es bien patente: “Los comisarios, que visitaron Ucrania en junio, han reunido pruebas de ejecuciones, torturas, malos tratos y violencia sexual, que han presentado al Consejo de Derechos Humanos en Ginebra”. Lo incivil nos aborrega, pero continúa ahí, a la espera de que todo ser humano sea considerado como tal, aminorando la bestialidad entre sus similares y aprendiendo del intelecto de las bestias, que parece que nos ganan en protectorado.
Sea como fuere, proseguimos con los mismos errores del pasado, haciéndonos la relación imposible unos contra otros. Convendría esclarecer que del principio al fin formamos parte de esa loa armónica, justamente necesaria e injustamente tratada por algunos de sus análogos inspiradores, llegando a perder el propio sentido de lo humano. La deshumanización y la inhumanidad son tan fuertes, que todo se ha desvirtuado y desmoralizado. Nos costará regresar a ese patio de vecinos que hace familia en cada amanecer. La causa, una riada de intereses terrenales sujetos a don dinero, lo que acrecienta ese orbe de esclavitudes, que nos llevan al fracaso y a la estupidez del uso de las armas.
Hoy más que nunca, por consiguiente, se requiere de una ética global para pasar la página y alcanzar el sosiego. De lo contrario, crecerá la frustración del desarme y no disminuirán las preocupaciones; puesto que el futuro y la supervivencia de la familia humana estriban en oírse sin artefactos y en hablarse sinceramente, para reorientarse al bien común, que no ha de ser otro que la concordia mundial.
El mundo no puede ser habitado por moradores que mantengan una relación ambigua, se requiere ganar confianza en el paso por este planeta, embellecernos con el entusiasmo del rastro vivencial a través del talento métrico y del místico abrazo, volcado corazón a corazón. No hay que desfallecer en esto jamás. Por muy duro y cruel que sea el instante, hemos de trabajar juntos por un cosmos más seguro y un futuro más humanitario, que se base cada vez más, en un sentir de rectitud responsable y de dimensión global.