Ernesto Rodríguez Medina | El Nuevo Siglo
Sábado, 9 de Enero de 2016

OPINIÓN ORBITAL

Democracia y totalitarismo

"No puede haber una revolución dentro de la ley"

 

Con este título el tratadista Raymond Aron publicó en 1965 un clásico sobre los distintos regímenes políticos, con énfasis en el gobierno francés y en el soviético. En el primero analiza especialmente la república gaullista y  en el segundo estudia el período estalinista. Es una obra que permanece vigente y que cobra especial interés en relación con el quehacer político contemporáneo. Viene como anillo al dedo para considerar especialmente el caso venezolano. Para el francés lo fundamentalmente democrático es la existencia de un gobierno verdaderamente pluralista, con la combinación de dos sentimientos esenciales: el respeto a la legalidad y el sentido del compromiso.

 

Recordemos que  para Montesquieu el principio tutelar de toda democracia es la virtud, entendida como ese acatamiento a las reglas y la preocupación por la legalidad en el ejercicio y usufructo  del poder. Pero esto no sería suficiente si no existe el compromiso ciudadano por la obediencia a la Constitución y a las diferentes  modalidades de la lucha política, tolerando las ideas de quienes piensan diferente. En esta lucha por las ideas y el poder habría que agregar, según el mismo ensayista, dos elementos igualmente importantes: la fe y el miedo, características comunes a todos los partidos autodenominados "revolucionarios" que son, por definición y esencia, verdaderas entidades monopolísticas. 

 

Lo más grave es que en la mayoría de los casos, sino en todos, esa fe se transforma en fanatismo y el miedo termina siendo producto de la violencia y la intimidación. Esto es particularmente válido para aquellas revoluciones que de proclaman "permanentes". Para Aron estas situaciones  derivan en actos sistemáticos de arbitrariedad y chantaje, a los que siempre  los acompañan la demagogia y la corrupción. Clarividente descripción de lo que está ocurriendo en la Venezuela de Chávez y Maduro los últimos años. Lo terriblemente patético es que ambas situaciones, la democracia y el totalitarismo, están confluyendo  en el vecino país. La única solución, según él,  es ser pragmáticos y no extremistas, para que los dos poderes se puedan entender y lleguen a "cohabitar", cosa al parecer muy  difícil de lograr.

 

Como se aprecia hay poco lugar para el optimismo. Es claro que para poder afianzar una democracia pluralista es necesario haber tenido un desarrollo político -del que Venezuela parece no haber heredado - y contar con un auténtico  sentido social en sus instituciones, también ausente en los mandos chavistas. A la luz de todas estas consideraciones queda claro que el famoso socialismo del siglo XXI es una copia al carbón del socialismo o comunismo estalinista. He aquí el diabólico parentesco entre ambos tipos de socialismo.

 

Finalmente nuestro politólogo nos recuerda que "no puede haber una revolución dentro de la ley", porque los partidos autocráticos, cuando llegan al poder, no se sienten ni  maniatados  y mucho menos obligados por las reglas constitucionales. Recordemos que el chavismo, como partido único, nunca ha permitido la participación plena y de todos los ciudadanos en la vida política, ni ha respetado el desarrollo de opciones políticas diferentes. Las libertades viven asfixiadas y la movilidad política es tratada inequitativamente. Por ello, para infortunio de nuestros hermanos, la estabilidad política y económica es aún una lejana quimera.