A mitad del camino
En la mitad de su mandato y casi al término de su periplo de rendición de cuentas a los colombianos sobre lo que ha hecho o dejado de hacer, el presidente Juan Manuel Santos está sufriendo en carne propia una concatenación de adversas circunstancias que pueden dar al traste con sus anhelados deseos de reelección. Siendo objetivos, es poco probable que al solio de Bolívar haya llegado un inquilino con más bagaje y preparación para el cargo y más ganas de ejercerlo que el actual mandatario. Como tampoco uno tan lidiado y diestro en los malabares del ejercicio político y el conocimiento de esa clase sin clase, que es la de nuestros politicastros. Infortunadamente el balance de su gestión nos está dejando un sabor agridulce.
Y decimos que infortunadamente porque el Presidente no se merece su suerte. Vayamos por partes. Quizás el mayor cuestionamiento vendría por cuenta de la Administración de Justicia. Con las cárceles hacinadas y los juzgados congestionados, todo el sector amenaza devastador colapso. Que los tribunales y las Cortes estén cada día más politizados, nubla aún más el panorama. Todo esto teniendo como telón de fondo el abortamiento de una perversa reforma, producto de la picardía y la corrupción de unas Cámaras legislativas que se niegan tozuda y tercamente a comportarse como es debido. Pero la gravedad del asunto radica en que quienes están llamados a solucionar el problema llevan años sin dar “pie con bola”, como dice el vulgo.
Igual acontece con la salud pública. Esa congestión y esa inoperancia tienen en cuidados intensivos al sistema nacional de hospitales y la gratuidad garantizada por esta Administración amenaza con hacerlo colapsar. Y como la famosa Ley 100 transformó al paciente en cliente, todo se ha vuelto un pingüe negocio en donde la corrupción y la politiquería son el común denominador. Se siguen haciendo promesas y cambiando negocios, pero la verdadera receta que restablezca y cure al enfermo no aparece.
Otro escenario que continúa lleno de nubarrones es el de la infraestructura y las obras públicas. Con un ministro relevado y otro emproblemado, el país sigue incomunicado y sin salida ni entrada a los productos que nos comenzaron a facturar los “teleces” que a buena hora se firmaron pero no se planificaron. Ni con el diablo rojo recomendado por el Minhacienda se podrá destrabar el atolladero. Todo esto agravado por ingobernabilidad que está haciendo su aparición en buena parte de los llamados “territorios étnicos”, en donde unas alebrestadas tribus indígenas están apaleando y defenestrando a nuestras Fuerzas Armadas, reclamando una nueva gesta emancipadora...
A todas estas calamidades debemos sumarle la tensa situación política que estamos viviendo por culpa de una cerril oposición “furibista”, que no se conforma por la pérdida del poder y la falta de una verdadera solidaridad de los Partidos que conforman la llamada Mesa de la Unidad Nacional, preocupados únicamente por la repartija de la nómina oficial, o la seguridad burocrática, pues la otra seguridad, la democrática, cada día va de mal en peor, a pesar de que digan lo contrario.
Por todo lo ligeramente aquí comentado, es tiempo que el Mandatario se espabile y no siga tratando de tapar el sol con los dedos. Debemos buscar la excelencia en las soluciones y no contentarnos con la actual mediocridad de logros. ¡Qué tal con tres medallitas secundarias estamos creyendo que logramos el Olimpo y eso que gastamos cien mil millones de pesos en la “preparación” de nuestros atletas!