Una de las frases más exitosas durante la campaña política del expresidente Bill Clinton, en USA, fue la que pegó el asesor James Carville en la sede central de campaña, “es la economía, estúpido”.
Hoy, ya en Colombia, valdría la pena que alguien financiara un cartel similar para colgarlo públicamente, con un título menos ambicioso pero urgente: “¡Es la inversión, estúpido!”. Y no es para menos a la luz de las cifras de crecimiento del 2023 de nuestro país, que de persistir como van nos llevarán a terreno negativo en el siguiente trimestre, a menos que alguien reaccione y prendamos ese motor de crecimiento.
La caída de la formación bruta de capital, que corresponde al aumento en activos de la nación representado en mejoramientos de terrenos, adquisiciones de tecnología, planta y equipos, la construcción de carreteras, puertos, aeropuertos y similares, la vivienda e infraestructura social como hospitales y escuelas, o en general la disposición de inventarios de producción, viene en barrena. Triste decirlo que, con esto, nuestra capacidad de crecimiento a mediano plazo queda bastante limitada.
¡Las cifras alarman! En el primer trimestre de 2023 dicho dato de inversión caía un 8% y en el segundo trimestre del año vuelve y cae en un 24%. Entre el primer y segundo trimestre esto le quito al crecimiento entre 2 y 5 puntos porcentuales y es uno de los factores que más pesa en el PIB del país. Y aunque ha sido un dato golpeado por la pandemia, en 2022 creció en todos los trimestres en su comparación anual entre el 18 y el 21%.
Pero qué asuntos pueden estar influyendo en este resultado. Dicen los estudios que hay tres: ingresos, costos y expectativas. Yo le sumaría voluntad política y seguridad, asuntos que se resumen en la palabra confianza. Si bien las tasas de interés tendrán que reducirse, cuando sea prudente por la inflación, el costo más significativo para la inversión calculado desde el II semestre de 2022, fue el aumento en el costo de capital por la reforma tributaria que, según investigaciones económicas en cabeza de José Ignacio López, oscila entre 7 y 10 puntos porcentuales adicionales, disminuyendo la inversión privada en 2 puntos porcentuales del PIB. A lo anterior súmele el efecto de aranceles “inteligentes” que fueron acordados en el plan de desarrollo.
Mientras tanto, en confianza y expectativas, flaco favor genera las dificultades de seguridad que tienen tan enervados a gobernadores y alcaldes, el bajo nivel de ejecución pública, y las incertidumbres de múltiples declaraciones del gobierno como las de energía, así como las preocupaciones de reformas como la laboral, pensional o de salud que según ANDI reducirán la inversión con relación al PIB cuatro veces más del impacto de la última reforma tributaria.
Para reaccionar, el primer paso es voluntad política para corregir el rumbo y hacerlo de la mano del sector empresarial que es el que sufre en carne propia los estragos de políticas que trimestre tras trimestre reducen la inversión. Aún hay tiempo para construir un acuerdo nacional para aumentar la inversión privada y la reunión con el consejo gremial debe ser el punto de partida.
*Rector Universidad EIA
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