Esquizofrenia y separatismo catalán | El Nuevo Siglo
Domingo, 18 de Junio de 2017

La esquizofrenia aplicada a la terminología política hace referencia a enfermedades mentales que se caracterizan por “alteraciones de la personalidad y pérdida del contacto con la realidad”. Bajo esta definición, aplica a políticos que se empeñan en quebrar la unidad de España, cuando lo real consigna que son españoles. Desmembrar España es disparatado, dado que Cataluña y el resto de España son un todo y se necesitan mutuamente para ser lo que son y enfrentar el desafío de existir, progresar, así como afrontar un destino geopolítico común.

El primer cliente de los productos catalanes es Castilla, y Cataluña es la mayor beneficiada con los aportes del presupuesto nacional.  Se alejan de la realidad los separatistas en cuanto a que ni económicamente es viable la separación, ni la masa de catalanes, ni el resto de los españoles desean la desintegración de España. Se trata de propagar entre las masas el anacrónico credo secesionista, populista y demagógico, al propugnar por dar un salto al vacío y parcelar el país, a sabiendas que España en uno de los Estados europeos en los cuales el gobierno central les otorga más ventajas y facilidades a las comunidades.

Resultó laxa la Constitución española de 1978, a tal punto que es tolerante con los que hacen política e intentan subvertir la unidad nacional. Cuando el primer canon de toda Constitución debe ser el de respetar y contribuir a la integración colectiva, siendo un delito y un atentado pretender desgarrar el país, lo cual en algunas naciones se castiga con prisión o la pena de muerte. Si bien allí el Estado, en determinados, casos puede “suspender la autonomía” o “recuperar las competencias en seguridad” de la Generalitat.

 Con la teoría liberal tan en boga de la autodeterminación de los pueblos, el gobernante local Carlos Puigdemont intenta saltar las leyes y convocar a un teatral plebiscito separatista. El gobierno de Mariano Rajoy se ha esforzado por apoyar a Cataluña y mantener una solidaridad activa en todo momento, que genera protestas de otras regiones menos ricas y que han recibido sumas inferiores a las que el gobierno de Madrid dispuso para Cataluña. Semejante esfuerzo financiero no ablanda ni conmueve a los separatistas, ni las consecuencias económicas negativas de salir de España y de la Unión Europea, su otro mejor cliente. Tan poco parece importarles que la mayoría de los catalanes quieran seguir siendo lo que son, españoles. Y es que el resto de España siente un gran cariño y solidaridad pon Cataluña, sus gentes y costumbres. En especial los hispanoamericanos tenemos predilección por Barcelona, sus buenas, hospitalarias, trabajadoras y creativas gentes.

España es una nación que se afirma en la diversidad, en la riqueza humana y cultural de sus provincias. Son ellas las  que conforman esa gran nacionalidad,  que en tiempos del Imperio Español en América se extendía a nuestra región y en la que se decía que se hablaba el mejor castellano continental, lo que no habría sido posible sin la decisión de Isabel La Católica de hacer oficial el castellano, que por entonces ingresaba a la edad de oro, deslumbrado el mundo cultural con El Quijote, la maravillosa obra de Cervantes. Eso permitió que el castellano se propagara por el continente y facilitase la expansión civilizadora. Es verdad que entonces España explota una gran riqueza del Nuevo Mundo, que aun así no se compara con el legado espiritual y cultural del idioma castellano y la religión, que son imperecederos.

España es el todo, es la nación, como realidad histórica imborrable de siglos. Por tanto, la unidad debe ser un esfuerzo común y defenderla es tarea que compete a las sucesivas generaciones.

Si quieren un referéndum por la separación debe efectuarse en toda España y contar con el voto universal de la variedad de la familia y las regiones de la Península. El día que todos los españoles se contagien de esquizofrenia y voten por la desintegración del país, nadie lo podrá evitar, como el suicida irrevocable. Entre tanto algunas regiones amagan con el separatismo, aún más insensato al quedar reducidos a la mínima expresión territorial dentro de la Unión Europea y sin poder ingresar a la misma.

Los expertos que analizan desde la sociología el separatismo en tiempos de conformación de grandes bloques político-económicos, estiman que en algunos casos no pasan de movimientos tácticos de políticos populistas, y a veces corruptos, para conseguir ventajas, como ocurre en Cataluña. En este caso, a la inversa del inglés, el separatismo condena al pueblo que lo apoya a trabajar más, gastar más y aumentar los impuestos. Condenamos la xenofobia catalana, así se escude en la esquizofrenia momentánea.