De la forma que tratemos a nuestros menores, podremos saber cómo será nuestro futuro. Desafortunadamente en Colombia, los casos no solo de maltrato sino de crueldad infantil son constantes y no poco extraños.
Los datos de la Defensoría del pueblo confirman la desgracia. Según esta institución, atiende actualmente 46.257 casos por delitos cometidos contra menores de edad.
La prevención del abuso se ha ido dejando a un lado y hoy son pocos los programas institucionales agresivos que nos hagan pensar que esta fue una política prioritaria en el gobierno que termina.
Con preocupación también se nota que las propuestas en ese sentido tanto en los candidatos al Congreso de la República, como a la presidencia de la nación son casi nulas, pareciera que el problema no existiera.
En la semana que terminó, el país conoció historias que terminaron por confirmarle que esta aguda situación persiste.
En el municipio de Soacha y dentro de un jardín infantil encargado del cuidado de menores, fue captada la imagen en un video de una cuidadora que maltrataba a un menor que se había dejado a su cuidado. En el video se observa como la mujer además de realizar actos de violencia contra el menor lo somete a su antojo, indicándole de manera desproporcionada la capacidad que tiene de infringirle un castigo, todo esto bajo la presencia de más adultos que se escuchan en el video y que nada hacen para que este acto miserable se terminara.
Sobre este tema se anuncian investigaciones y denuncias contra la persona involucrada en este hecho, válido, pero no suficiente, lo que se requiere ya son medidas que aseguren que este lugar y esas personas, jamás podrán tener bajo cuidado a un menor, acá no puede existir una segunda oportunidad.
De la misma forma, en Palmira y ante la mirada de dos transeúntes que afortunadamente lograron evitar una tragedia mayor, una mujer lanzó desde un puente a su hijo de cinco años a las aguas del río Cauca. Ya en la lucha para sobrevivir, uno de los hombres entró al río y logró rescatarlo. Lo más doloroso de la historia es que una vez se atiende al menor, éste solo preguntaba por su madre. Qué puede pasar por la mente de una madre así, es la pregunta que todavía nos hacemos.
En ese mismo departamento, pero ahora en Tuluá, unos menores realizan actos de matoneo contra otra niña que posee una discapacidad visual. Si bien no se presenta una agresión física que pudiera generar un peligro a su vida, la incapacidad de defenderse y entender su entorno amenaza su integridad psicológica y emocional.
Necesitamos más iniciativas y propuestas que levanten la voz hacia el abuso de los menores, que nos obligue a no ser una sociedad pasiva frente a situaciones como las narradas, pues muchas veces nos enfocamos únicamente en el abuso sexual por obvias razones, pero dejamos de lado el abuso emocional y físico, que conlleva al final más muertes y traumas en una niñez a la que debemos proteger.