La expresión aparece en una canción del grupo Niche, aunque por motivos diferentes a los que referiré. Cada cosa espantosa que pasa en nuestra nación, día de por medio más o menos, va llenando de presión una olla que, en mi parecer, puede estallar en cualquier momento.
Hoy cada acontecimiento horrendo que sucede llega a los oídos y sentimientos de la ciudadanía en cuestión de minutos a través de las redes sociales. Y se agita la sociedad en cualquier sentido, aunque hoy en día prevalece una dirección iracunda que está buscando desbordarse en cualquier momento y arrasarlo todo. En realidad, la indignación, por usar un término muy en boga, está subiendo a niveles muy peligrosos y puede ser que se haga incontenible por el motivo más pequeño que aparezca mañana o dentro de dos días o en una semana.
El ambiente ultraliberal –transgredir es su esencia- que se vive en la sociedad colombiana nos está llevando al borde del precipicio. Aunque nos escandalicemos o hagamos cara de estarlo, yo no estoy seguro de que abominemos las causas del desencanto. Todo está permitido, aunque se diga lo contrario. Todo lo absurdo se fomenta a ultranza.
Los medios de comunicación tienen una responsabilidad inmensa en la cultura transgresora que nos ha invadido como un cáncer que se extiende imparablemente. Todo vale: consumir drogas y alcohol sin límite, destruir familias y matrimonios en nombre de la felicidad personal, matar y robar en nombre de cualquier estupidez a sabiendas de que no habrá castigo, atacar la religión para defender lo público (¡!), estimular la actividad sexual, casi desde la cuna, para producir verdaderos monstruos, pasarse las leyes y la ética para quedarse con lo público y también lo privado y mil cosas más. Este banquete de la transgresión está colmando toda paciencia humana y bastará una chispa para que Colombia reviente y entre en la racha de destrucción con la que llevan soñando cincuenta años los revolucionarios.
El discurso de los límites está totalmente censurado hoy en día en casi todos los ámbitos. Que cada uno haga lo que le venga en gana, es la consigna de nuestra sociedad y cada vez son más los que la toman en serio y a pecho. Nadie se atreve a decir: “hasta aquí” y si alguien lo hace lo aplastan. Pues pronto estaremos lamentando este desenfreno y esta forma de vida que nos hará ir a lo hondo de un precipicio.
Y llegamos entonces a otra conclusión: no hay líderes morales en nuestra nación. Todos son de un gris profundo como el de los cuadros de Ariza. Cuando todo reviente, Dios nos encuentre confesados.