Mis lectores saben que yo no escribo con frecuencia sobre asuntos de política partidista o elecciones, pero esta vez van a perdonarme que lo haga, aunque haya columnistas especializados que lo hacen mejor que yo y con mayor grado de precisión.
Escribo con los datos de un 70% escrutado y según los boletines de la Registraduría. Pero estoy contento con los resultados en Bogotá, Medellín, Cali, Barranquilla, Cartagena y Bucaramanga, las ciudades más importantes del país y otras más pequeñas como Ibagué. donde ganaron los candidatos de centroderecha, con diferencias apabullantes sobre los candidatos del Pacto Histórico. Lo mismo vale para gobernaciones.
Tengo que confesar que nunca en la vida había votado contra alguien, ni siquiera cuando Petro fue candidato. Pero esta vez fue la excepción: voté por Galán, aunque no me gusta del todo, porque necesitábamos ganar en primera vuelta. Una segunda vuelta entre Galán y Bolívar hubiera sido muy peligrosa porque se hubiera puesto en marcha toda la maquinaria gubernamental y hubiéramos seguido alimentando el ego de Petro y el caos nacional.
Soy bogotano, rolo por más señas, con abuelos santafereños desde el siglo XVIII y amo mi ciudad con todas mis fuerzas. Cuando nací Bogotá tenía medio millón de habitantes y hoy tiene más de ocho millones, la inmensa mayoría inmigrantes, a algunos de los cuales no les interesa tanto la ciudad como a mí y se mueven solamente por intereses sectarios o ideológicos para los cuales la ciudad es un botín, como lo fue para Moreno Rojas, o un trampolín, como lo fue para Petro. De manera que el triunfo de Galán es una victoria y espero que cumpla lo que prometió, especialmente en sostener el metro que está en marcha a pesar de la extorsión del presidente que ofrece financiar “su” metro con los impuestos nacionales (de los cuales los bogotanos proveen la mayor parte), como si esos dineros fueran de su bolsillo personal.
En el panorama nacional el Pacto Histórico, la Colombia Humana y los partidos del bloque petrista en el Congreso son los grandes derrotados. Estas elecciones son el principio del fin. Colombia ya no será otra Venezuela, ni otra Cuba, ni otra Venezuela. Se salvan la democracia, el equilibrio de poderes, las libertades individuales, la iniciativa privada y se alejan los vientos que amenazan la propiedad. Adiós socialismo.
Es solamente el comienzo, pero para allá vamos. La demagogia, el populismo, la incompetencia no tienen buen futuro en el 2026. Los departamentos y municipios no serán botín de guerra ni herramientas para hacer política partidista, sino que serán gobernados para el bien de las regiones. No se construirá el tren eléctrico entre Buenaventura y Barranquilla pasando por Villavicencio, pero sí el Regiotram de Occidente y el del Norte para desatorar las entradas a Bogotá y hacer de los pueblos vecinos dormitorios semiurbanos y se hará la planta de descontaminación del río Bogotá en Canoas (Ptar Canoas).
¿Pensar con el deseo? Quizá. Pero creo que estas elecciones, como lo dijo The Economist en reciente artículo, son un voto de castigo. Petro, dijo el medio, “tambalea”. No habrá golpe de estado, ni fuerte ni suave, pero se verá forzado a gobernar en pro de los intereses nacionales y no ideológicos porque el pueblo ha mostrado su desaprobación a sus políticas.
El Congreso tendrá que entender que sacarle la mica al presidente no es buena idea ni ahora ni en el futuro. Así como se cayeron los feudos del Pacto Histórico, se deben caer el sartal de reformas ideologizadas e improvisadas que el gobierno se ha negado a revisar. ¡Gloria a Dios!